lunes 28 de enero de 2013, 11:01h
Junto a la
sucesión de casos de corrupción que ensucian abrumadoramente al sistema
político español se producen, también, casos de corrupción del lenguaje que
crean confusión y desánimo por su falta de precisión y contundencia. Está claro
que las faltas de ética son muchísimo más graves que las insuficiencias de
expresión pero, en la medida que influyen en la opinión pública, no deben dejar
de ser señaladas y corregidas, ya que contribuyen a la siembra de desconfianza.
Decir "no me consta", en estos casos, es no decir nada. A la opinión pública le
hubiese gustado oír "me consta que no es cierto" o "me consta que es cierto y
se va a corregir severamente". Pero que conste o deje de constar, simplemente,
a una persona política es, en sí mismo, una manifestación de impotencia y
desinformación nada tranquilizadora. Como decir que se analizará "hasta el
último papel". ¿Y si ya no hay ningún papel en la casa?.
Suena
horroroso que el presidente Rajoy le hable al presidente de Chile, en estos
días malolientes, de "la clave para mantenerse en este negocio". Tampoco parece
expresión adecuada dar "carta blanca" a la tesorera del partido, aunque solo
sea para investigar y no para atesorar. Pero lo más chocante es que, ante la pregunta
resabiada del avezado Luis del Olmo sobre cuándo fue la última vez que habló
con Bárcenas, Rajoy adopte tono amistoso de confidencia para decir "no me
acuerdo Luis, no me acuerdo". No se daba cuenta de que no acordarse Luis, no
acordarse, de la última vez no expresa lejanía de un encuentro sino excesiva
habitualidad. Algo así como si contestase: cualquiera de estos días.
Tampoco es
acertado utilizar el tiempo de futuro y decir que "no me temblará la mano". La
mano tenía que no haber temblado antes o tiene que no temblar ahora mismo. El
futuro es como una promesa a tiempo indefinido, relativa a acontecimientos
venideros, cuando lo que se está esperando son reacciones en tiempo presente. Era
ahora el momento de no temblar y hablar claro, no cuando el poder judicial
consiga, si lo consigue, desenredar un repugnante embrollo con la parsimonia de
costumbre.
Frente a
hechos sospechosos, infundios mal intencionados y generalizaciones injustas, no
se puede responder con un lenguaje hueco de tópicos de mala literatura y
vulgares metáforas náuticas, como "que cada palo aguante su vela", donde no hay
antiguos navíos veleros sino actuales cuentas bancarias. Usando este mismo
estilo de refranero, alguien puede contestar que se dejen de "marear la perdiz"
donde no hay perdices, como en las tierras manchegas de Dolores de Cospedal,
sino saltimbanquis de mares y montañas. Para tan imprecisas alusiones es
preferible el silencio de los que "cuando callan no se equivocan".
En este
concurso de obviedades destaca el ministro Montoro que, ante la pregunta del
portavoz socialista de si había recibido sobres con dinero negro, le contestó
que "hay preguntas impertinentes". Que la pregunta era impertinente es notorio,
pero la respuesta adecuada era negarlo y no limitarse a poner un adjetivo a la
pregunta. Es una impertinencia insultante preguntarle a un ministro de Hacienda
si es un tipo "sobrecogedor". Pero es escasa respuesta llamar impertinente al
diputado. Habría que negar rotundamente el infundio antes de decirle lo que mereciese
al diputado. Tampoco fue respuesta congruente a si Luis Bárcenas se había
acogido a la amnistía fiscal; cuando el propio Bárcenas rompió el secreto
manifestando a un periodista que había regularizado diez millones por medio de
dicha amnistía; y contestar que esta amnistía "no borra ni limpia el delito que
se haya podido cometer". Aunque no esté limpio ni borrado el supuesto
delictivo, lo que confiesa el interesado es que, efectivamente, se ha acogido a
la regularización de una parte del capital sobre el que se está discutiendo,
que es lo que se preguntaba al ministro
No dudamos de
que solo haya torpeza en estas evasivas de Perogrullo, pero da la impresión de
una falta de asesores de la prosa política oportuna para dar seguridad y
confianza a una opinión morbosamente expectante. A quienes se pregunta sobre lo
que está pasando no se les puede responder con algo así como el clásico "que
quieres que yo te diga", esperando una réplica suave al estilo de: "pues quizás
tienes razón". El hedor de corrupción no solo tiene que ser desinfectado por
sentencias de los tribunales sino que antes, en y después de las consecuencias
legales, la atmósfera pública debe ser oxigenada por un soplo de lenguaje
fuerte, nítido y concreto.
En
situaciones viciadas y nebulosas, las palabras influyen en la opinión general
tanto como los hechos, cuando se pronuncian en el momento oportuno, con
sinceridad y contundencia. La corrupción no solo se corrige con sentencias sino
con claridad informativa. No con "luz y taquígrafos" cuando apenas quedan
taquígrafos de lápiz y la luz reverbera en las pantallas digitales a todas las
horas del día y de la noche. Da la impresión que, en estos casos, tanto como
"auditorías externas", que ya estaban previstas hace cuatro años, hacen falta
asesorías externas para el uso adecuado del lenguaje político.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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