Mientras
Mariano Rajoy, en Santiago de Chile, acompañado de
un sonriente y algo perplejo
Sebastián Piñera, trataba de echar balones fuera
ante el hostigamiento de los periodistas que le interrogaban sobre el 'caso
Bárcenas', el ministro de Economía,
Marco Polo Guindos, procuraba lanzar
desde Davos unos granitos de optimismo al amargo café sin azúcar de una economía
española que reconoce ya seis millones de parados: la cosa empezará a
recuperarse ya en este 2013, dijo, ante un foro en el que se evidenciaba una
cauta euforia ante la marchade las finanzas mundiales. Era la única buena noticia
de una semana que ha contemplado una declaración de semi-soberanía en Cataluña,
casos de corrupción sin parangón en los principales partidos y hasta un recrudecimiento
del 'affaire Urdangarín', quien ha sido borrado de la web de la Casa del Rey. ¿Hay quien dé más?
Debo admitir que, ante este panorama tan nefasto -porque,
al final, ¿podemos confiar en este nuevo plazo de Guindos para el fin de la
recesión?--, me sorprenden muchos silencios, el de Rajoy en América en primer
lugar, por mucho que haya departido con los periodistas que le acompañan, y el
del secretario general del PSOE,
Alfredo Pérez Rubalcaba, en segundo término. Uno
y otro han pasado como de puntillas por la 'declaración' promovida
por
Artur Mas en un nuevo, aunque ahora algo más controlado, desafío al Estado;
un desafío que está cuarteando a los socialistas catalanes, promoviendo una
inestabilidad sin precedentes en Cataluña y, de paso, horadando al Estado. Sinceramente,
no sé a qué esperan los dos máximos representantes de la política nacional para
hacer algún tipo de declaración conjunta, para buscar algún tipo de solución en
la que ambos se vean involucrados, para atajar el 'cáncer Mas'.
Lo malo es que, en este punto, la discrepancia entre ambos
es profunda. Rubalcaba cree que una reforma constitucional, que él no concreta,
podría calmar las aguas en la
Generalitat catalana. Y otras voces, como la de, presidente
del Banco Sabadell, o la del presidente de la patronal Fomento, piden reformas -pactar
el tratamiento fiscal--, y abominan de la ruptura que Más y sus gentes más
aguerridas quieren. Por el contrario, en el PP parecen partidarios, al menos en
lo que a Rajoy toca, de no mover un dedo y de esperar a que Artur Mas se vaya
cociendo en su propia salsa. Pienso que, para entonces, es posible que ya no
haya salsa para casi nadie, pero prerrogativa es de un jefe de Gobierno marcar
su propio 'timing'. Yo, desde luego, estoy en esto más cerca del 'desaparecido'
Rubalcaba que del inmóvil Rajoy.
Respetando, como respeto, a ambos, creo que hay que
reprocharles, no obstante, que sigamos en el mismo punto, en lo que se refiere
a la enorme crisis política que vivimos, que hace un año, o más. Que el 'caso
Bárcenas' nos vaya deparando cada día nuevas sorpresas no favorece,
precisamente, el buen cartel de la clase política. Como no lo favorecen, claro,
las trampas del ya ex director general de la socialista Fundacíón Ideas, Carlos
Mulas, un personaje que pretendió reirse de todos los contribuyentes,
comenzando por sus propios compañeros de partido, y a quien Rubalcaba ya está
tardando en condenar públicamente como merece, al tiempo que se demora en pedir
una revisión del tratamiento oficial a ciertas fundaciones y a ciertas onegés.
Así que por estos derroteros anda la cosa político-económica.
No pienso que toda la llamada clase política esté inmersa en la corrupción,
naturalmente. De la misma manera, respeto a nuestros máximos representantes, de
quienes creo que me pueden constar su honradez, su sentido común y su
patriotismo. Pero vivimos tiempos huracanados, en los que se hacen precisas
reformas que, al parecer, el poder no se plantea, acuerdos dicen que imposibles
entre aquellos a los que pagamos para que hagan unas y otros (reformas y
acuerdos), explicaciones y decisiones que nunca llegan. Que nadie se extrañe si
se constata que la decepción es profunda y los recelos, crecientes. Yo diría
que, en esta semana que hoy concluye, la salud del enfermo nacional ha
empeorado.
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