¿Nos hacemos un Bárcenas?
jueves 24 de enero de 2013, 11:10h
He
tenido un encuentro con cuatro mujeres extraordinarias, todas en la economía
sumergida. Dos -Isabel y Carmen- son licenciadas en derecho, una de ellas con
un MBA y dos idiomas y la otra está(ba) doctorándose. Las otras dos -Luisa y
Sandra- son una arquitecta y la otra psicóloga. La más joven tiene 27 años y la
mayor 43. Todas están en el paro y tienen experiencia en sus respectivos
campos.
Carmen
vive con sus padres y ha dejado el doctorado porque debe colaborar en casa con
cualquier euro que consiga. Además, no puede pagar las tasas de matrícula.
Desde septiembre tiene un "trabajo", que no un puesto de trabajo: limpia casas
por horas a razón de 4 euros la media hora, 7 euros la hora completa.
Últimamente está "contenta" porque está consiguiendo 100 euros limpios al mes,
es decir, una vez descontados los transportes.
Luisa,
la arquitecta, ha improvisado en el garaje de su vecina un aula con 15 pupitres
y una pizarra y allí hace de tutora de adolescentes. Cobra 10 euros por alumno
y mes y se encarga de hacer el seguimiento de sus deberes y asignaturas. Cada
niño acude dos veces por semana durante dos horas, es decir, 16 horas al mes
por 10 euros. Tiene 42 alumnos y trabaja los sábados por la mañana. Consigue
420 euros al mes.
Isabel
compró hace un año seis gallinas. Hoy tiene ocho y un pequeño huerto. Vende
huevos y tomates a sus vecinos y cultiva las verduras que consume su familia.
Una vez descontados el pienso, los abonos, los productos de limpieza para
huevos y gallinas y las hueveras de cartón, Isabel obtiene 480 euros, "bueno, y
lo que me ahorro con el huerto que no sé cuánto puede ser".
Sandra
tiene la mirada perdida y se mantiene callada durante casi toda nuestra charla.
Las cuatro son amigas, se conocen del cole de sus hijos y todas las mañanas
después de dejarlos en clase se toman un cafelito antes de ir a sus tareas.
Cada semana una de ellas es la encargada de aportar el café con leche que traen
en un termo, menos Isabel que está exenta del café porque aporta cada semana
dos bizcochos que prepara en casa. Saca 8 raciones, dos mañanas, de cada uno y
los viernes cada una lleva su bocata. Después de dejar a los niños se sientan
en el comedor del cole y desayunan. Afortunadamente, no les cobran nada por
usar una mesa y cuatro sillas.
Sandra,
empujada por sus amigas, finalmente me cuenta su historia: vende marihuana. No
quiere entrar en muchos detalles, me asegura que solamente vende a adultos que
conoce y que está sacando casi mil euros mensuales. Todas se quejan en broma y
aseguran que van a acabar de "camellas". Rápidamente, Sandra dice que no
es "camella", que ella vende su propia cosecha y que de los mil euros que saca
está segura que unos 300 son los costes de electricidad (cultivo de interior
con focos), abono y agua.
Tres
de ellas están casadas, una a punto de separarse porque su marido, tres años en
paro y sin prestación, se ha dado a la bebida y, aunque no es violento, se pasa
el día durmiendo, las tardes borracho y las noches tragando tele. "Y llevamos
cinco meses sin un mal polvo". Los otros dos maridos son camarero en un
restaurante de menú el uno y "técnico en limpieza urbana" (barrendero) el otro.
Este último es el más afortunado porque su trabajo es el único legal, tiene
contrato y hasta paga extra. Le pagan 703 euros netos al mes.
Las
cuatro se han convertido en expertas remendonas: han aprendido a teñir la ropa
de sus hijos y a hacerla crecer dos tallas mediante gomas y cremalleras;
también se hacen su propia ropa remozando la que tienen de años atrás. Cuando
les pregunto por Bárcenas se desata la indignación y la rabia: si lo tuvieran
delante le sacarían los ojos.
La
EPA ha dicho que tenemos 5.965.400 desempleados, un 26.2% de la población
activa. Me llaman de Radio Todelar de Bogotá y me preguntan cómo hace un país
para sobrevivir con un nivel tan alto de paro. Yo les digo que gracias a las
mujeres españolas que están evitando la quema de edificios públicos y la
persecución cruenta de políticos y banqueros.