miércoles 23 de enero de 2013, 17:19h
El otro día me fui al cine a ver la película
Lincoln que está triunfando en las carteleras y si bien me parece que
está sobrevalorada, aunque tenga una excelente ambientación, no voy a
hacer una crítica cinematográfica del producto. Lo que más me llamó la
atención fue la forma en que queda reflejada la clase política de
entonces y, curiosamente, de ahora.
"Abraham Lincoln nació el 12 de febrero de 1809. Fue el
decimosexto presidente de Estados Unidos y murió asesinado el 15 de
abril de 1865, a los 56 años. Alcanzó la presidencia en 1860. Logró
movilizar a la opinión pública a través de su retórica y discursos y ha
pasado a la historia como una de las grandes figuras de la política de
Estados Unidos". Con estas líneas se presenta al personaje histórico de
la película, en la breve sinopsis que se hace en los cines, donde se
señala, además, que dura dos horas y media, que el nuevo film de
Spielberg se centra en el tema de la esclavitud y su abolición en la
perspectiva de los últimos cuatro meses de la vida del presidente
interpretado por Daniel Day Lewis.
Hecho el planteamiento técnico del film, lo cierto es que en un
momento dado de la película, y después de mostrarnos como se tuvieron
que comprar literalmente los votos de los diputados de la Cámara de
Representantes para que saliera adelante la decimotercera enmienda, uno
de los personajes menores, el tipejo encargado de sobornar a los
diputados, dice sin más "los diputados salen baratos, apenas dos mil
pavos y compras todos los que quieras". Cuando escuché la frase me sonó
familiar y sin quererlo, por un instante, me acordé de lo que está
sucediendo con la política española y los escandalosos casos de
corrupción que se destapan un día sí y otro también. El asunto es que ni
entonces ni ahora, todos los diputados salen baratos, ni todos están
dispuestos a corromperse, ni todos han metido la mano en la caja, pero
todos sufren de igual modo el descrédito como pertenecientes a una clase
política que genera inquietud y desconfianza.
La diferencia es que en la película se trata de reflejar la lucha
por algo noble y aunque en varios momentos se plantea la posibilidad de
que se alargué el final de la guerra de secesión -con lo que eso
significaba de coste de vidas humanas- para ganar tiempo y que
se aprobará la enmienda contra la esclavitud, ante la pregunta de si el
fin justicia los medios, en este caso concreto, la respuesta era sí. De
hecho algunos de los personajes afirma en la ficción, que el hombre más
honrado que conoce tiene que utilizar los métodos más repugnantes como
el soborno de sus adversarios para conseguir algo que cambiaría la
historia de la humanidad, como así fue.
Ya sabemos que la corrupción va ligada a la condición humana y
también a la política desde el principio de los tiempos, pero una tiene
la sensación de que lejos de combatirla de perseguir y señalar con el
dedo acusador a los corruptos y los corruptores los mandamases miran
hacia otro largo y se protegen unos a otros, independientemente de las
siglas que representen, y con ánimo de seguir guardando sus
chiringuitos. Escribía el otro día Antonio Gala, en una de sus
magistrales columnas, que aquí ya no queda ni un solo político de alta
gama que no este coronado por un escándalo y que hay más urdangarines de
la cuenta, lo que provoca asco y desanimo. ¡Qué razón tiene!. Dan ganas
de tirar la toalla, pero tal vez eso es lo que quieren esta panda de
mangantes: hartarnos a todos y no vamos a dales ese gusto, claro que no.