No va a hacer falta que los ciudadanos salgamos a la calle a protestar o
que optemos por votar en blanco o abstenernos, ellos mismos están
haciendo lo posible para cargarse el sistema antes de que el propio
perverso y depauperado sistema los acabe devorando. La llamada clase
política necesita un lavado de cara, una catarsis que le devuelva el
prestigio que han ido dilapidando en los últimos treinta años. Casos de
corrupción política como el de
Bárcenas, el de los
Pujol, el Gürtell, el
de los EREs, Pallerols, Campeón, Filesa,
Juan Guerra, Ollero, Casinos,
Malaya, ITV, Palau y un largo etcétera siembran el desconcierto en unos
electores que se sienten sumidos en un sistema tercermundista de
corrupción institucionalizada. Mientras la crisis y el paro acaban con
una clase media y trabajadora que vivía esperanzada en disfrutar del
mejor de los sistemas posibles en el mejor de los mundos, la clase
dirigente acaba enfangada en unas maniobras mafiosas en las que el robo
de las arcas públicas (bien en beneficio propio bien en el del partido
al que representan) es el pan nuestro de cada día.
Hay que
reconocer que no todo es fango y mierda. En realidad, la corrupción en
la clase política no es mayor que la que hay en la sociedad en la que
vivimos donde cada individuo intenta como puede defraudar al fisco
pagando y cobrando en dinero negro. Si somos objetivos deberemos
reconocer que es más el ruido que las nueces, que todos los casos de
corrupción juntos, y son muchos, no alcanzan ni al uno por ciento de
nuestros políticos, pero es que, en las actuales circunstancias, con
cinco millones de españoles en el paro, con los ciudadanos apretándose
el cinturón hasta el último de los agujeros, con mayores impuestos y
menos poder adquisitivo, la sociedad no se puede permitir ni un caso más
de corrupción si no se quiere que ésto acabe como el rosario de la
aurora, es decir, con el repudio generalizado del sistema democrático y
la vuelta a la involución. Dicen que el pueblo que no asume su historia,
acaba repitiéndola y hay muchos ejemplos aún no demasiado lejanos que
nos avisan de que la deriva en la que estamos cayendo en España podría
provocar un indeseable y peligroso salto atrás en nuestras libertades.
Dejando
a un lado los cientos de casos en los que individuos concretos se
aprovechan de su posición política para enriquecerse, los chorizos que
han proliferado como setas en otoño en los últimos años de democracia,
lo que más me preocupa son aquellos asuntos en los que están implicados
no sólo los listillos de turno, sino las direcciones de unos partidos
que han utilizado cualquier medio, casi siempre ilegal, para financiar a
sus formaciones políticas. Buena parte de los grandes escándalos de
corrupción de las últimas décadas han tenido como protagonistas a los
gerentes, tesoreros o secretarios de organización de los diferentes
partidos, encargados de las finanzas de los mismos. Sería necesario, por
lo tanto, además de depurar las necesarias responsabilidades, buscar
alguna fórmula legal que impidiese este tipo de financiaciones
irregulares. Y para ello se han de poner de acuerdo, al menos, las dos
principales fuerzas políticas de nuestro país, PP y PSOE. Y si no lo
hacen es porque ambas tienen mucho que esconder y más que perder.
De
todas formas no hay que ser demasiado pesimista. Desde la muerte de
Franco, con la llegada de la democracias los españoles hemos gozado o
sufrido de políticos buenos, regulares, malos y mediopensionistas, que
de todo hay en la viña del Señor. La corrupción es a veces inevitable y
siempre la ha habido, tanto en la dictadura como en la democracia. Lo
que hay que hacer es intentar poner los medios para evitarla. Utilizar
unos controles, que ya los hay pero que funcionan con lustros de demora,
que eviten casos continuados de escándalos como el que hemos venido
sufriendo en Andalucía con el fraude de los EREs falsos que se ha
prolongado durante más de una década. Si los propios políticos no le
ponen pronto remedio a la corrupción, les aseguro que se estarán
haciendo el harakiri porque la sociedad que les mantiene con sus
impuestos no puede soportar por más tiempo que
Alí Babá y los cuarenta
mil ladrones sigan campando a sus anchas por la piel de toro,
esquilmando todo lo que se encuentran a su paso. El que avisa no es
traidor.
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