jueves 17 de enero de 2013, 07:56h
Acaban de aterrerar al sargento
David Fernández, la última baja del centenar de víctimas mortales sufridas por
España en Afganistán. Con tan malas noticias sobre la mesa, tengo una pregunta
para el señor Rajoy. ¿No sería consecuente con la coyuntura económica, repleta
de penurias y recortes, que nuestras tropas, repartidas por distintos
escenarios bélicos, volvieran ya a sus cuarteles? Yo apoyaría una respuesta
afirmativa, nos ahorraríamos cientos de millones de euros y muchísimos
disgustos. La aportación española a las misiones destinadas a garantizar la
seguridad del mundo libre ha sido ya más que suficiente, tanto en dinero
contante y sonante como en vidas sacrificadas en el altar de la solidaridad
internacional.
Los americanos se van retirando
de los frentes abiertos y con ellos otros actores secundarios. Algunos lo hacen
a la chita callando y otros con el ceremonial dispuesto en las ordenanzas
militares. La guerra de Afganistán está más parada que resuelta y los efectivos
desplegados en aquel pedregal remoto, tumba que fue de la Unión Soviética, son
una mera comparsa de los diplomáticos encargados de amañar con los talibanes
una retirada honrosa. Culminada la operación, quedará allí un gobierno títere
de los aliados occidentales, uno más. Tomarán posesión a los acordes de un
himno de chirigota y antes de reunirse por primera vez, bajarán de los riscos
los milicianos musulmanes y acabarán con él.
La misma interrogación se debería
aplicar a la misión pacificadora que mantenemos estacionada en el Líbano.
Tratamos, según parece, de impedir la vulneración de los acuerdos de paz en la
zona, pero uno de los antiguos combatientes se ha convertido en un avispero
peligrosísimo. Me refiero a Siria, aliado natural de Irán y padrino del
radicalismo islamista en suelo libanés, envuelto ahora en una guerra fratricida
de consecuencias imprevisibles. Egipto también ha cambiado y ya no es el aliado
cómplice de los Estados Unidos y del Estado de Israel. España continúa allí,
vigilando un polvorín que puede saltar por los aires a poco que una chispa del
conflicto prenda la mecha. ¿No habrá llegado la hora del relevo?
Rajoy se ha manifestado con
claridad meridiana: No hay dinero para pagar las prestaciones sociales. La
conclusión consecutiva sería tan sencilla como ordenada la vuelta de nuestros
ejércitos y gastarnos esas partidas presupuestarias en compromisos más
necesarios. Nos embarcamos en las cruzadas atlánticas cuando España disfrutaba
de recursos abundantes y nos creíamos una potencia llamada a jugar en el mismo
campo que los salvadores del orden mundial, pero si hoy en día no tenemos
recursos ni para financiar el consumo de ibuprofeno, menos habrá para pagarnos
las andanzas de caballería por esos andurriales de Dios. Ahora tendrían que ser
otros los que empuñen los pendones de la intermediación armada, aquellos que
nos imponen sacrificios y reformas insufribles, las naciones donde residen los
especuladores de las deudas públicas soberanas y las entidades donde acaban
nuestros ahorros.
Que sean ellos, los vencedores de
la crisis económica, los que redoblen los tambores de la victoria y que sean
ellos quienes lo celebren en las trincheras que ahora ocupamos nosotros.
Cambiemos los cañones por mantequilla financiera, que buena falta nos hace, y
si queremos protagonismo desviemos la inversión a la Agencia de Cooperación.
Angela Merkel lo entenderá perfectamente, Obama también, incluso Cameron y
nuestros amigos de la OTAN. Suenan los tambores de guerra en Mali, y todos
deberíamos tentarnos la ropa antes de añadirnos al conflicto, aunque el
escenario nos sea más reconocible y nos juguemos allí la estabilidad de
nuestros vecinos del sur. Muchísimo cuidado con esta nueva escaramuza bélica.
Lo mejor sería, en estos tiempos de tantas tribulaciones, entonar de nuevo la
vieja copla española: "soldadito español, soldadito valiente, vuelve a casa".