'Amistad' o la cuerda floja de lo que no decimos
lunes 14 de enero de 2013, 08:08h
"Toque Lubitsch": dícese de un "tipo singular
de comedia, sofisticada, picante y seductora, algo nunca visto hasta entonces
[años treinta]". Algo llevado al absurdo. Algo con extremos delirantes.
Por eso la amistad, vista como "El último toque Lubitsch", tiene que
ser algo más que un vaivén de aprecios y encuentros, de algún que otro apretón
de manos, de comidas compartidas, de gestos triviales que esconden una relación
sincera de "afecto personal, puro y desinteresado", que es lo que,
dicen, significa la palabra "amistad".
"Amistad" es la historia del elogio fúnebre que el
escritor Samson Raphaelson dedicó al director de cine Ernst Lubitsch cuando
corrió la noticia de que había muerto por un ataque al corazón. Pero resulta
que Lubitsch no murió. Y que, por esas cosas de la afinidad entre secretarias,
las cuartillas que Raphaelson daba por legajos terminaron sobre la mesa de
Lubitsch. Y que un día este le dijo al autor de su prematuro obituario: "Me gustó lo
que escribiste, Sam, de verdad que me gustó. Lo aprecié mucho". Y
Raphaelson, que no estaba precisamente orgulloso de aquellas líneas, le propuso
a Lubitsch reescribirlas juntos, tal como habían hecho con tantos guiones que
desembocaron en películas de éxito ("El cielo puede esperar",
"Un ladrón en la alcoba").
El texto
quedó como estaba, por deseo expreso de Lubitsch. Así se publicó en 1947,
cuando la muerte llegó, sin fintas. Y así es como Pablo García Canga lo ha
traducido al español, incorporando un "Glosario innecesario" con el
que culmina "Amistad. El último toque Lubitsch" (Ed. Intermedio).
"Amistad"
es más que un elogio fúnebre. Es la historia de dos amigos que no saben que lo
son. De dos colaboradores profesionales que se tienen estima e ignoran que bajo
la admiración mutua hay también cariño. Y, como ocurre demasiadas veces, lo
descubren tarde. Raphaelson lo deja claro: "Nunca antes lo había visto a
él de manera tan clara, precisa y definitiva, nunca antes como ahora, ante la
muerte". Y por eso concluye: "Lamento no haber sido capaz de decirte
alguna de estas cosas mientras estabas vivo".
Para él
no fue demasiado tarde. El toque Lubitsch se le cruzó en el cajón de los
papeles perdidos. Quizá no esté de más leerlo para darse cuenta de que andamos
siempre en la cuerda floja de las (buenas) palabras que se quedan por decir.