El BCE se hizo con el poder del
verbo, y si el
verbo
fue poderoso en julio, "el
euro es irreversible", "haremos lo necesario y créanme, será suficiente",
lo sigue siendo en enero. Por mucho que se empeñe WSJ en decir que el "efecto
Draghi" puede estar
agotándose, el jueves pasado fue el día
de la reafirmación. El italiano que ahora está al mando de la nave
monetaria europea se sintió confortable y lo repasó todo. Todo lo bueno.
A saber: i) se recupera el voto unánime (no así en diciembre);
ii) el riesgo en el balance del BCE se reduce; iii) las necesidades de capital
de los bancos son ahora menores, de hecho "han mejorado significativamente";
iv) las rentabilidades de los bonos soberanos y los CDS (Credit Default Swap) están
mucho más bajos, v) los mercados de renta variable más altos, y vi) se está
produciendo una fuerte entrada de capital en la eurozona. Un derroche
de satisfacción. Que la emisión de deuda española del mismo jueves fuese
considerada un éxito y que en nuestro mercado de bonos se viviese una especie
de fiesta, quizá sea pasajero, pero no puede dejar de ser contado.
Son tantos días ya de contar cosas buenas, que no es extraño que
el Presidente del BCE tenga que decir que aunque no ve signos de exuberancia
general, si ve "normalización", no vaya a ser que algunos pierdan demasiado el
contacto con la
realidad. Por si acaso, en FT, un
duro
artículo de un economista español, se ocupaba hace unos días de recordarnos
lo difícil que será este año para España. Claro que siempre hay quien amenaza
con retirar el ponche en plena fiesta, y nos recuerda que hay que reducir el déficit estructural.
Que se lo diga al Gobierno. ¡Ah! ¿que ahora está de fiesta por el "no rescate"?
Pues nada, a disfrutar de la música mientras dure la fiesta. Para
disgustos, se puede esperar.