Siento
mucho tener que decirlo, porque me encuentro entre quienes piensan que la clase
política española carece de imaginación, sí; vuela demasiado bajo, de
acuerdo...pero no es corrupta, en términos generales. Sin embargo, al mismo
tiempo, me parece que estamos, entre todos -unos más que otros, claro está--,
ofreciendo un espectáculo insoportable. Un país en el que el anterior
presidente de la patronal está en la cárcel, un miembro de la familia real
puede estar a punto de compartir la misma suerte, el presidente de un partido
que co-gobierna en una autonomía tiene que ir a declarar por un delito de
corrupción que se 'tapa' mediante un acuerdo más que cuestionable con la Fiscalía, un país en el
que hay un presidente de Diputación de quien se conocen sus andanzas desde hace
treinta años sin que haya sido apartado por la formación a la que enloda, es un
país que tiene que hacer un profundo examen de conciencia.
Este
nuestro, que es un gran país por lo demás, es un Estado donde se ha gastado
mucho en fruslerías, donde el faraonismo de algunos alcaldes, comenzando por el
que rigió la capital, ha sido ridículo y escandaloso, donde las autonomías se
han sentido -a la hora del despilfarro-virreynatos, donde los gobiernos
centrales han mirado siempre hacia otro lado cuando había que limpiar los
establos de Augías, lo que se convirtió en un auténtico trabajo de Hércules. Y,
así, los establos han ido acumulando porquería, los servidores públicos se
sintieron impunes y acreedores sin más de todo tipo de favores, del gratis
total, de la tarjeta de crédito oro, del viaje 'oficial' por la cara. España
ocupa ahora un lugar privilegiado entre las naciones más corruptas, se persigue
mal, tarde y discriminadamente -que esa es otra-el fraude fiscal, no se
persiguen -nos lo acaba de reprochar la
OCDE-los sobornos a funcionarios extranjeros, ni el tráfico
de influencias, se potencia el dinero 'b' y hasta el 'c', se desoyen los
tardíos avisos del Tribunal de Cuentas (cuando estos avisos llegan, por
supuesto), se fomentan las prescripciones artificiales de delitos. ¿Es esta la
'marca España' por la que queremos que nos conozcan?
Y
lo peor es que, cuando sale a relucir un nuevo escándalo, pongamos el del
orensano
Baltar, veterano en estas lides de la corruptela, el partido en el que
milita reacciona tirando de hemeroteca y atacando los escándalos que
protagonizó la formación de enfrente. Así, sin un verdadero pacto de
moralización entre quienes ostentan la representación pública de los españoles
(pactos se han hecho muchos y no se ha cumplido, de verdad, ninguno), ¿cómo van
a pedir a la sociedad civil que adopte una conducta ética rigurosa? ¿Cómo no
esperar que quien pueda incumpla sus deberes con el Fisco? ¿Es posible pedir
confianza a una ciudadanía asomada diariamente al basurero?
No
trato, desde luego, de exculpar las desviaciones de esa sociedad civil,
acostumbrada, en buena parte y en el inmediato pasado, a enriquecerse sorteando
las barreras legales y normativas sin que a nadie pareciese importarle
demasiado. Solamente digo que por alguna parte habrá que empezar este también
necesario, quizá mucho más necesario que otros, recorte.
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>