lunes 31 de diciembre de 2012, 14:02h
El Rey es el
único protagonista de la Transición que aún conserva el empleo.
Los demás han pasado literalmente a la historia o deambulan por la
trastienda de la política. Aquella estirpe de estadistas
comprometidos, hijos de un siglo revolucionado, arrumbó los viejos
principios inmutables de la España rota y acordó otros muy
distintos, modernos y dinámicos, que fueron suficientes para
edificar sobre ellos un país libre y democrático. Tan singular
especie se ha extinguido en muy pocas décadas y el paisaje donde
vivía es ahora más agreste y desapacible. Sorteando a los
depredadores instalados por doquier y levantándose pesadamente de
múltiples caídas, propias y de sus congéneres familiares,
sobrevive un ejemplar de aquellos tiempos: Don Juan Carlos.
La Casa
Real, según cuentan los enterados, ha quedado muy satisfecha por la
imagen rejuvenecida del Rey, televisada la pasada Nochebuena a toda
la Nación. Aculado en su mesa de trabajo, rodeado de símbolos
elocuentes de la continuidad dinástica que encarna y de la
representatividad nacional con la que se acompaña en sus viajes por
el mundo, el Monarca pronunció el tradicional mensaje navideño. No
se apartó del guión establecido de antemano. Dicho quedó lo que se
pretendía que el Rey dijera y de inmediato las buenas gentes
comenzaron a cenar y los políticos a diseñar sus nuevas andanzas.
No
estaría de más, ahora que volvemos a disfrutar de un Rey activo
dispuesto a desempeñarse como tal, algún gesto que justifique la
capacidad moderadora que la Constitución atribuye a la Corona. El
Rey debería transformar los buenos propósitos en un gran acuerdo
que nos permita sobreponernos a una endiablada crisis política y
económica. Así se inició su reinado y así tendría que
prolongarse.
Podría
parecer una tarea excesivamente comprometedora, pero mucho más
complicada era la situación cuando le coronaron como sucesor de
Franco. El Rey tuvo entonces los recursos suficientes para desvestir
a la dictadura de sus ropajes acumulados mientras encajaba las piezas
del mecano democrático. España había quebrado, el paro y la
inflación se disparaban implacables, los terroristas sembraban de
cadáveres las calles, los militares desplegaban los mapas de una
intervención inmediata y el mundo libre se cruzaba de brazos. Todos
colaboraron y así se logró el consenso necesario para salir, todos
juntos, de aquella terrible encrucijada.
La ruina
ha vuelto a España, el estado social se vende por parcelas, los
politicastros provincianos se aprovechan de la descentralización
autonómica para merendarse el bien común y los caudillos del
nacionalismo separatista pretenden acabar con el Estado. El Rey
tendría que remangarse, convocar a los dirigentes responsables que
nos quedan, encerrarles en un cónclave sin escapatorias y no
dejarles salir hasta que pacten soluciones consensuadas que alumbren
una España renovada y viable. Ya lo dice el refranero popular: "el
que tuvo, retuvo".