lunes 10 de diciembre de 2012, 10:01h
Para afrontar la situación crítica de una
nación hay que reducir el gasto pero, a la vez, hay que estimular la vida
económica. Reducir el sector público, eliminar estorbos al sector privado y
corregir las deficiencias del sistema financiero son propósitos fáciles de
pregonar en teoría pero muy difíciles de llevar a la práctica sin graves costes
sociales. Por ello es necesario desarrollar una estrategia de acuerdos entre
las principales fuerzas políticas. El problema es que tales fuerzas políticas
se porten como tales.
Aquí tenemos
un gobierno legitimado en su origen por una mayoría absoluta, pero en el
ejercicio de sus funciones aparece muy distanciado de sus bases populares y de
su programa, sin que el partido que lo promovió se comprometa, cada día, en la
batalla de la opinión pública. A su vez, tenemos una oposición tan
desacreditada y deprimida que se desangra cada vez que se enfrenta a una confrontación electoral parcial. Los
pactos no existen ni son posibles sin contar con autenticas fuerzas políticas,
con reducidos contactos misteriosos entre algunos funcionarios de un gobierno y
algunos elementos contradictorios de un aparato de partido de dudosa
estabilidad y unos sindicatos sin afiliación efectiva. Por ello no hay ni puede
haber acuerdos firmes y potentes y, por ello, las protestas se dispersan en
manifestaciones de intereses corporativos variados, grupos de afectados diversos
y marginales antisistema. Más allá solo cabe suponer que existe un asentimiento
pasivo en el silencio de una población expectante que cree que los que
gobiernan hacen lo que se puede y que no sabe de nadie que lo pueda hacer
mejor.
Con este
paisaje es difícil tomar medidas contundentes. La medicina se suministra gota a
gota, entre la timidez y la improvisación, tratando de evitar situaciones extremadamente
controvertidas. Acuerdos políticos de Estado no se toman porque, quienes tienen
que acordarlos, se sienten acomplejados por las dudas y se limitan a esperar
que un futuro lejano les dé la razón o a ponerse al frente de todas las
manifestaciones con la ilusión de ganarse simpatías para un futuro electoral
también lejano.
Sin embargo,
está haciendo falta que las fuerzas políticas recuperen su pulso y que se hagan
comprensibles y comunicativas y procuren reconstruirse como guías de opinión y
avalistas de soluciones concordadas para acelerar la salida de la crisis. Las
fuerzas políticas tienen que cuidar de sí mismas y no contemplar
indiferentemente como se vacían sus cuadros y se desencantan sus seguidores.
Tiene que comenzar por explicar claramente el interés común de unos acuerdos de
Estado y desarrollar una convergencia política clara y asumible por las
mayorías. Tienen que ser y comportarse como fuerzas políticas reales y no como
referencias imprecisas. Es necesario definirse en aquello en que se puede
converger y decir contundentemente aquello en que es imprescindible discrepar.
Ponerse de acuerdo en lo primero y programar para el futuro lo segundo. Lo que
no se puede hacer de la política es un juego infantil de buenos y malos que
solo interesa a los "fans" de cada pandilla.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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