El
ministro Wert
ha logrado que todo el mundo hable de lo menos importante de su
reforma educativa, que todos estén de acuerdo en su falta de tacto
para ponerla en marcha, que haya, incluso, divisiones en su partido y
que no hablemos de lo único trascendente: la necesidad de una
profunda reforma educativa para curar a un enfermo casi desahuciado,
la educación española en todos sus niveles. Treinta años sin
acertar en el diagnóstico de lo que le pasaba a la educación y
aplicando remedios equivocados, le deberían dar al Partido Popular
una oportunidad para presentar su reforma y ponerla en práctica.
Durante
la democracia, los distintos Gobiernos socialistas o populares han
puesto en marcha reformas educativas, más de una docena, que han
servido para universalizar la educación, pero no para que funcionara
con una calidad y una eficacia razonables. El PSOE es el responsable
de una escuela cada vez con menor nivel, de unos índices de fracaso
estratosféricos y de haber quitado la autoridad al profesor. El
modelo socialista ha sido un fracaso sin paliativos y deberían
reconocerlo. El PP intentó una reforma en tiempos de Pilar
del Castillo,
pero con tan escasa inteligencia que la planteó al final de la
legislatura y la pérdida de las elecciones llevó esa reforma al
limbo de las leyes inútiles.
Wert,
al igual que Gallardón
y su compañero de partido en la Comunidad de Madrid, Ignacio
González,
están poniendo en marcha reformas profundas en asuntos fundamentales
-educación, justicia, sanidad- sin discutirlas previamente con los
que saben y, sobre todo, con los que las tienen que aplicar. También
lo hicieron los socialistas. Es la soberbia del poder y la
incapacidad para someter las ideas propias al debate y a la madurez
de otros argumentos. En algunos casos, además, se hurta ese debate
intencionadamente, aprobando leyes por procedimientos de urgencia,
absolutamente innecesarios cuando no contrarios a derecho.
Wert
-al igual que Ignacio González, lo que contrasta con la posición
de Galardón- ha dicho que a partir del lunes está dispuesto a
recibir a quien quiera acudir para hablar sobre la nueva ley. Debería
haberlo hecho antes, debería haber sometido a debate su proyecto,
debería habérselo explicado a los ciudadanos, a las asociaciones de
padres, a los profesores... En lugar de llamar él, dice que le pidan
hora. Mal planteamiento, aunque mejor que el de otros que ni llaman
ni reciben. Las imposiciones no admiten alternativas y permiten que
otros disfracen el debate. Mal camino político. Necesitamos una
reforma educativa profunda, firme, que garantice la igualdad de todos
los alumnos en todos los territorios de España. Pero ni Cataluña es
el problema ni lo es la enseñanza concertada ni la religión en las
aulas. Con sus ocurrencias y salidas de tono, Wert ha conseguido que
se hable de eso y no del terrible fracaso escolar ni de la calidad ni
del papel del profesorado ni de la necesidad de exigencia. La clave
está donde nadie la busca. Gracias, ministro por su agudeza.