Capitalismo y socialdemocracia (1)
martes 04 de diciembre de 2012, 08:09h
En un interesante artículo, el
sociólogo y exdirigente del PSOE, Ignacio Sotelo (El País, 3/12/12), reflexiona
sobre el cambio histórico de la socialdemocracia, a propósito de la reacción
social ante los efectos de la crisis actual, concluyendo que "a pesar de los
efectos de la crisis, no existe un modelo alternativo creíble y operativo". Sin
embargo, al mismo tiempo, el actual líder del PSOE, Alfredo Rubalcaba, acaba de
afirmar taxativamente (en el homenaje a Felipe González) que hoy el capitalismo
ya no produce nada sino que destruye, por lo cual el PSOE es hoy esencialmente
"anticapitalista".
Claro, no es posible comparar la
reflexión teórica de Sotelo con el exabrupto de Rubalcaba, entre otras razones
porque el primero se dedica a la teoría social y Rubalcaba, que es un buen
lector, me consta, nunca destacó por sus vuelos teóricos. Él resuelve esos problemas
haciendo juegos retóricos ingeniosos, pero poco más.
Ahora bien, dado que el rasgo más
destacable de la actual oposición es la confusión, parece necesario tratar de
aclarar estas cosas en el terreno conceptual. Y tratar de hacerlo de la forma
más sencilla posible.
En cuanto al capitalismo, Sotelo no
excluye la posibilidad de que sea superable en un futuro lejano, pero nada de
eso se avista en un "horizonte previsible". Por ello asegura que la actual
protesta social no cambiará el sistema económico actual. Pero eso significa
que, a pesar de sus crisis, este sistema sigue funcionando. No es esa la
opinión reciente de Rubalcaba.
Me parece importante que se pueda
distinguir entre capitalismo y economía privada. La primera categoría tuvo su
uso correcto en los dos últimos siglos para identificar una sociedad que se
reproducía según los intereses directos del capital. Es decir, el capital no
sólo dominada las relaciones productivas sino el conjunto de la reproducción
social. Muchos teóricos han puesto en cuestión si eso describe bien las
sociedades europeas desde la segunda guerra mundial. Por eso se produjo la
crisis de representación política del capital y la construcción del Estado de
Bienestar se edificó como principal contribución de la socialdemocracia. Las
sociedades empezaron a funcionar por parámetros que ya no respondían
estrictamente a los intereses del capital. Así, una de las discusiones más
interesantes del último cuarto del pasado siglo estuvo referida a si la
sociedad del Estado de Bienestar podía seguir denominándose sin más
"capitalista". En todo caso, ya no era un capitalismo estrictamente hablando,
como cuando la sociedad funcionaba sin más según los intereses capitalistas. Y
así apareció el término de sociedades postcapitalistas.
Comenzó a ser necesario reconocer el
sistema económico de una forma más amplia y se habló de la economía privada,
para distinguirla de la economía estatal de los países denominados socialistas.
En tal sentido, el siglo XX entregó una lección aprendida fundamental: la
economía privada no tiene alternativa visible (y desde luego no lo es la
economía estatal o autogestionaria, al estilo yugoslavo). Y la izquierda empezó
a pensar en una sociedad postcapitalista, donde la democracia política fuera
capaz de poner la economía privada -como sistema económico que funciona- al
servicio del bien común. Ese objetivo parecía posible a los ojos de la
socialdemocracia en algunos países europeos, cuando inopinadamente llegó la
crisis energética/productiva y se produjo la globalización como respuesta.
El problema ha consistido en que esa
globalización ha supuesto la ruptura de la regulación política de la economía
privada y el regreso del capitalismo en el sentido lato de buscar un mundo que
funcione a partir de los intereses del capital (global). Eso ha quebrado el
espinazo de la estrategia socialdemócrata, que ahora tiene que aspirar a lograr
a nivel global lo que parecía que podía haber alcanzado a nivel nacional o
regional.
Pero este objetivo presenta
dimensiones colosales. Lograr la centralidad de la política democrática a nivel
global es hoy poco más que una quimera. Tendrá que pasar mucho tiempo antes de
que aparezcan señales de que algún tipo de organización política democrática,
con capacidad de regular, este emergiendo a nivel mundial. Y mientras no suceda
eso, los depredadores del capitalismo, sus sectores más oportunistas y
especulativos (esos que hoy tratan de devorar la Europa del euro), seguirán
sueltos por el campo global.
Así las cosas, la cuestión central
para la socialdemocracia es hoy apreciablemente compleja: ¿debe abandonar su
pretensión de desarrollar una sociedad postcapitalista donde la economía
privada sea puesta por la política democrática al servicio del bien común, o
debe seguir insistiendo en ello, aunque sepa que en el espacio global se
desarrollan tendencias claramente contrarias? ¿O simplemente debe hacerse
anticapitalista sin más como propone Rubalcaba? Sobre esa encrucijada actual de
la socialdemocracia, trataremos en la próxima nota.