jueves 15 de noviembre de 2012, 08:59h
Millones de trabajadores europeos se han tragado el miedo
provocado por los fantasmas del paro y la miseria y han secundado las protestas
sociales organizadas por los sindicatos. Muchos de ellos se han incorporado también
a la huelga general convocada en los países periféricos del sur continental.
Todos, uno por uno, se han sentido solidarios con los ciudadanos que no pueden
permitirse un recorte más en la nómina y con aquellos a los que intuyen
paralizados por las amenazas terribles que se ciernen en el mundo laboral.
Todos ellos, los participantes activos y los que no cuentan en las estadísticas
por carecer de un puesto de trabajo, todos juntos, han reclamado una tregua al
capitalismo especulativo que no cesa de tirotear contra la ciudadanía indefensa
de las naciones arruinadas por la crisis financiera. Piden a sus respectivos
gobiernos, elegidos libremente por el pueblo soberano, que recuperen la
autonomía ejecutiva y equilibren la situación.
El Presidente Rajoy, y sus consejeros más próximos, no
deberían fiarse del recuento formal de huelguistas y manifestantes ni demonizar
a las organizaciones sindicales, las estadísticas no traducen el enorme malestar
que se mastica en España y los sindicalistas bastante tienen con canalizar la
indignación popular por cauces pacíficos y democráticos.
El gobierno puede entretenerse repasando las cuentas del
evento, contando los kilovatios consumidos cada media hora, enfriar las cifras
o calentarse la cabeza, restar participantes en sectores determinados, animarse
con los informes que llegan de las delegaciones provinciales, aplaudir la
sensatez y la responsabilidad tradicionales del pueblo español, pero no debe
equivocarse y sumar como suyos a todos aquellos que no han participado
activamente en la protesta. Sería un error de consecuencias imprevisibles.
Los gestos son muy necesarios en un sistema participativo y
de nada valen las frases huecas que hilvana don Mariano en las pocas
apariciones públicas que le reservan en su agenda. El Presidente puede repetir,
una y mil veces, aquello del "timón del barco, la mano firme y el rumbo
fijado", pero la situación es cada vez más tenebrosa y los datos optimistas que
apuntan sus ministros no se reflejan en la vida cotidiana de una sociedad agobiada.
Rajoy debería escuchar a los que protestan y tender la mano a sus
representantes, explicarles claramente lo que pretende realmente cada vez que
nos aprieta el cinturón. No estaría de más que todos supiéramos de una vez lo
que nos espera en los próximos meses y con qué armamento pretende enfrentarse a
las urgencias del Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional, la
Comisión Comunitaria, los mercados de capital y la mismísima Angela Merkel. No
puede ni debe prolongar por mucho tiempo más esa partida de ajedrez
interminable que disputa con nuestros prestamistas. Mientras él discute, a los
españoles se nos cae la casa encima.
La movilización del 14 N se ha consumado ya, y nuestros
gobernantes deberían preguntarse cuál es la válvula que correspondería abrir
para aliviar tanta tensión acumulada. Esperemos que Rajoy se sobreponga cuanto
antes al inmovilismo político y personal que siempre le ha caracterizado.