jueves 08 de noviembre de 2012, 09:19h
Charles de Gaulle mantenía que el indicador más veraz del rigor, la
seriedad y la fiabilidad de un Estado era el funcionamiento de su
administración pública. Y, dentro de su administración pública, el desenvolvimiento
de sus servidores, convertidos en embajadores permanentes del sentido del
deber, de la austeridad, de sencillez al servicio de la eficiencia.
Es evidente que sostener la universalidad de derechos y servicios obliga a
una profunda reforma de un sistema institucional que, en ocasiones, genera
duplicidades muy ineficientes. Y en otras, parece que sus administraciones
compiten entre sí. Un modelo que suscita ineficiencia y desorden termina por
resultar insostenible materialmente, e inexplicable políticamente. Y la España
constitucional de 1978 no puede permitirse ninguno de estos dos ejercicios de
irresponsabilidad.
El debate acerca de la reorganización de las administraciones públicas ha
colocado en el centro de sus inquietudes la vigencia del modelo municipal
español, adjudicando extraordinarias expectativas a la eventual simplificación
del actual mapa.
La sociedad, y no sólo los políticos, mencionan constantemente la
austeridad como primer objetivo para garantizar el Estado del Bienestar y el
futuro del país, evitando el despilfarro y suprimiendo todo gasto innecesario.
Me parece un objetivo loable. Pero se apuntan decisiones equivocadas. Suprimir
por la fuerza municipios es unas de ellas.
Tuve responsabilidades políticas durante una década en Castilla y León, que
alberga una cuarta parte de los municipios españoles. Y creo que la fusión de
municipios, cuando obedece al diálogo y a la conjunción de voluntades, es una
hipótesis de trabajo extraordinariamente positiva. Pero la mera eliminación de
municipios cuyo único gasto, muchas veces mancomunado entre varios, es el
mantenimiento del secretario, genera conflictos que afectan a identidades
históricas, y suscita más problemas de los que contribuye a resolver. Otra cosa
es la mancomunidad de servicios.
El municipio aporta beneficios de autoestima y sentido de la
responsabilidad en unas administraciones locales que defienden su personalidad.
La fusión forzosa de municipios en los años 60' llegó a generar problemas de
orden público. Pensar en resolver la crisis mediante decreto, sin proceder a un
profundo estudio de los efectos sociales que puede acarrear una decisión
precipitada y no debatida previamente con los afectados, me parece ser parte de
los problemas, y no de las soluciones.
Otra cosa, y muy distinta, es exigir un acuerdo de todas las fuerzas
partidarias en el ámbito de la política territorial. Hasta el vigente régimen
constitucional, España disponía de una administración local y provincial y otra
nacional. Hoy, por voluntad de los españoles, se ha colocado entre ambas una
administración autonómica con facultades legislativas y, por encima de todas
ellas, otra administración más, la europea. Pero no nos hemos conformado con
eso: en algunas comunidades autónomas se han constituido comarcas con los consiguientes
consejeros comarcales y estructuras administrativas; en otras, veguerías. Y,
además, se han creado federaciones autonómicas de municipios sin que
desaparezca la FEMP.
Hoy es posible que en una pequeña ciudad, incluso en una villa, se celebre
a la misma hora un concierto de música clásica organizado por la comunidad
autónoma, a cien metros otro de música barroca organizado por el ayuntamiento,
y a poca distancia otro concierto más de música medieval, esta vez organizado
por la diputación. Todos los conciertos, por supuesto, retribuidos a cargo del
dinero público. Todos en edificios que se construyen y se mantienen,
igualmente, con cargo al erario público.
El principio de subsidiariedad se convierte, así, en pura lírica. Si
habláramos de deporte o de política social, el problema sería muy parecido.
Seamos conscientes de que es preciso, y urgente, eliminar gastos duplicados y
competencias solapadas.
El sistema administrativo y territorial merece un examen y una reforma
integrales, y no una acción sesgada en términos políticos. Nos encontramos ante
un problema de Estado que no puede ser resuelto con actuaciones parciales o con
parches, sino con un gran acuerdo de Estado, dotado de un amplio, amplísimo,
consenso, con un pacto basado en la austeridad, la responsabilidad y el respeto,
y con un grado de lealtad institucional y constitucional a la altura de las
grandes ocasiones históricas de la democracia española.
Juan José Lucas es Vicepresidente primero del Senado