Siempre
creí que las personas de fuerza excepcional - Alejandro Magno,
César, Teresa de Ávila, Franco, Lola Flores, Agustín García
Calvo, Fidel Castro - son inmortales. Pero el fallecimiento de
García Calvo demuestra que, de la lista mencionada, ya solo puede
ser inmortal Fidel Castro, que, cuanto más lo entierran sus
enemigos, él más nos demuestra que sigue vivo. García Calvo,
magnífico latinista, helenista, poeta, dramaturgo, ensayista y
espléndido orador, no podía morirse. Un hombre que, como él, podía
resistir dos o incluso tres horas seguidas hablando en público, sin
importarle que los oyentes empezaran a desfallecer antes de que se
cumpliera la media hora, nos inducía a pensar que para él no se
había hecho el envejecimiento de las células. Es comprensible que
García Calvo, en la onda de Fidel Castro, que ha pronunciado,
durante cinco décadas, discursos de cuatro o cinco horas, arengara
a su público durante dos o tres horas, porque, hasta hace cuatro
días, no se ha sabido que el cerebro humano solo resiste 21 minutos
prestando atención a un orador. Por eso el pamplonés Joaquín
Zulategui, un genio que dirige la empresa www.elsercreativo.com,
cuando organiza sus congresos, como el III Congreso de Mentes
Brillantes, que se acaba de celebrar en Pamplona y ahora, el 6 y 7 de
noviembre, va a tener lugar en el Teatro Circo Price de Madrid,
solo concede 21 minutos de actuación a cada uno de sus 21
conferenciantes.
Como
filólogo, García Calvo debutó con una tesis doctoral sobre
prosodia latina, la ciencia, en el caso del latín, teológica, que
estudia las particularidades de los sonidos que afectan a la métrica.
Por no habernos llegado discos del mundo latino, nadie, salvo Agustín
García Calvo, sabe cómo se pronunciaban las palabras latinas, ni
mucho menos cómo funcionaba el misterio de la cantidad de las
sílabas. El misterio de la cantidad de las sílabas latinas es tan
profundo que incluso algunos de nuestros más sabios tratadistas de
métrica castellana confunden la cantidad de la sílaba con su
duración temporal en la pronunciación. Por tanto, ser experto en
prosodia latina es lo más parecido a ser experto en inmortalidad del
alma. García Calvo, luchador antifranquista - perdió su cátedra
de latín de la Universidad Complutense por encabezar una célebre
manifestación - ha sido un actor extraordinario. Como dijo de sí
mismo Augusto para la hora de su muerte, "plaudite", o sea,
'aplaudid'. Y, por cierto, los aplausos es lo que ahora se
lleva, con tanta frecuencia, en los entierros donde se suele
despedir al muerto, o a la muerta, batiendo palmas como si el
difunto fuera un torero o una torera, como la inmortal Cristina
Sánchez, al que, tras su brillante faena, se saca a hombros de la
plaza. Agustín García Calvo ha sido un soberbio torero ácrata. Su
anarquismo perpetuo, edulcorado por su cátedra de latín en la
Complutense, abonada por el Estado, del que él siempre echaba
pestes, demuestra que le gustaba mucho más mandar que obedecer. El
anarquismo, en un mundo imaginario, puede ser muy bonito. Pero el
problema surge cuando nos preguntamos quién va a construir las
carreteras cuando destruyamos el Estado. No se puede ser especialista
en inmortalidad del alma sin pagar un alto precio de idealismo letal.
Agustín García Calvo sabía mucho de clásicos griegos y latinos
pero no tuvo la humildad de recibir algún cursillo de marketing en
El Corte Inglés, que le habría enseñado lo que es un proveedor y
lo que es un cliente. Quien no encuentra el mismo placer en mandar y
en obedecer nunca aprenderá a comportarse bien como proveedor y
como cliente. Pero García Calvo ha sido un torero. Y, por tanto,
procede más que hablemos de su nobilísimo arte que de la taquilla
del espectáculo.
Sexo, religión y fútbol para hacer reir al lector en los 'Cuentos reunidos' de nuestro colaborador Ramón Irigoyen
www.ramonirigoyen.com