viernes 26 de octubre de 2012, 08:37h
Desgraciadamente, al menos seis
millones de españoles andan desde hace
tiempo preocupados en artes tan sutiles como hacer el curriculum vitae más
adecuado al puesto que
persiguen, o atisbando
en qué campo de formación deben
invertir sus últimos ahorros para ver si
por ahí pueden encontrar algún otro puesto de trabajo, después
de meses y meses de infructuosa
búsqueda en el suyo propio.
Pues bien, según hemos conocido
hace muy poco, esas son preocupaciones
secundarias. Es mucho más
importante saber, en función del tipo de empresa al que uno aspira a encontrar un puesto de trabajo,
si debe o no ponerse un traje gris, con
corbata azul marino, o traje azul marino con corbata roja, por poner un caso.
Parece ser que los departamentos de Recursos Humanos
han llegado a la conclusión de que en este
terreno, el hábito sí que hace al monje y no aquello
que muchos otros decimos, que aunque la mona se vista de seda, mona se
queda. Esa es una de las conclusiones
de un reciente macroestudio realizado por una compañía especializada
en este ámbito de actividad empresarial, que ha revelado que el 40% de los expertos en recursos humanos
encuestados -en total, alrededor de 3.000- han llegado a descartar a algunos
aspirantes por la indumentaria que eligieron para la entrevista de trabajo.
Santander
A uno no le hizo falta esperar a leer el estudio
aludido (digo yo que ya son ganas de perder el tiempo para llegar a
conclusiones tan obvias como estas), porque en su primera intentona por obtener
un puesto de trabajo, mediados los años 70 del pasado siglo, después de aprobar un concienzudo examen de
contabilidad, otro de redacción mercantil (llamaban así a una prueba que
consistía en escribir una carta a un hipotético proveedor o cliente), y una
prueba de velocidad mecanográfica, el
momento decisivo consistía en una entrevista que, por supuesto, llevaba a cabo el departamento de
Personal, como se llamaba entonces a
esto que ahora llamamos Recursos Humanos.
Debo decir, antes de seguir
adelante, que la empresa a la que
aludo ya la dirigía entonces un señor llamado Botín, del que nunca pensé que los tiempos darían tanto de qué hablar.
Uno, que apenas había
cumplido los 18, hippie de corazón, y recién llegado a la capital
de España, y cuya única intención era
encontrar un trabajo que le permitiese
estudiar y vivir emancipado de la
tutela familiar, no dudó ni un momento que lo apropiado para hacer frente a esa entrevista era enfundarse
el único terno que tenía (traje gris oscuro, camisa
blanca y corbata seria) e intentar llevarlo con la misma naturalidad que sus
habituales vaqueros y jerseys. Creo
que tampoco esa
estudiada actitud discreta ,
secundada con un atisbo de tímida sonrisa para mostrar al
hombre de la selección que era consciente de que en unos años el Santander sería el primer banco de España,
me sirvieron de mucho...
Hasta aquí, todo perfecto. Pero
hubo un pequeño detalle que, afortunadamente, no permitió que
en mi curriculum aparezca una
sola línea relacionada con el sector de
la banca. Yo entonces -prometo a Vds.
que es la pura verdad- lucía una impresionante melena, lacia y perfectamente lavada y peinada, que debió dar el
cante al interlocutor para desestimar mi candidatura.
En una segunda oportunidad con otra entidad bancaria, quise subsanar aquel
inocente y primigenio error
de no haber acudido a la entrevista con un cuidado corte de pelo, de modo que con
mi traje, y sonrisa tímida y mis conocimientos de contabilidad, acudí
también en esta ocasión con un impecable corte de pelo. Pero esa vez
fueron mis gafas de miope las que
despertaron en el entrevistador una
razonable duda para dar su OK a
la idoneidad del aspirante a administrativo de banca. El informe
oftalmológico posterior corroboró la
intuición del técnico de selección
y tampoco esa vez di con mis
huesos en una ventanilla de oficina bancaria.
A Dios gracias, sin embargo, semanas después entré a trabajar en una
agencia de prensa nacional que ya
entonces advirtió que ni el traje, ni
las gafas, ni el corte de pelo eran determinantes para cazar noticias, redactarlas, difundirlas, archivarlas para su consulta futura, y seguir
el impacto de las mismas en las páginas de los diarios del día siguiente.
Y, desde entonces, hasta aquí,
debo dar gracias al destino por
aquellos eficientes selectores de
personal -creo que algo menos sofisticados que los actuales, pero tan prácticos como ellos-, que hicieran posible
que todos los aspirantes, de todo
tiempo y lugar, a obtener un puesto de
trabajo, sepan que lo mejor que pueden hacer al acudir a una
entrevista es no despojarse de su
naturalidad, su prudencia y su intuición, que es como siempre se ha llamado a
eso que ahora denominan inteligencia
emocional. Todo lo demás entra dentro de lo que
podríamos denominar sentido
común. Por cierto, tan escaso ahora y
siempre, por los siglos de los siglos...
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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