Por mucho que nos esforcemos, seguirá
existiendo un norte y un sur. La diferencia está en que esos límites cada vez
están más cerca. El sur ya no es el continente africano y, por mucho que nos
pese, el norte ya no somos nosotros. Si bien antes pertenecíamos a ese norte
rico desarrollado en el que nos codeábamos con las grandes superpotencias
entrábamos en las reuniones de los G-20 y organizábamos cumbres internacionales,
ahora se nos ha pasado a ver como un lastre para la Unión Europea y un país en
el que sale barato producir.
El primero de los casos se ha puesto de manifiesto
con la crisis de deuda y la crisis del euro. Alemania dirige el destino de la
Unión, como locomotora que siempre ha sido, y nota cada vez más el peso de los
vagones de cola que acumulan más y más déficit y pobreza. La Europa a dos
velocidades que tantas veces hemos escuchado proponer, si bien para referirse a
otros países como Grecia, Portugal o Irlanda, es ahora problema nuestro.
Se
pretende delimitar claramente quiénes son los que dinamizan la economía y
quiénes son los que la contaminan con las políticas sociales. Y no hará falta
recordar las miles de familias que están ya en riesgo de exclusión social, o el
incremento de la pobreza en las ciudades y medio rural, o los innumerables
expedientes de regulación de empleo que están por aprobar, y otros por llegar.
El
otro indicativo de que las líneas divisorias se están desplazando, es la
deslocalización productiva que están haciendo las grandes compañías, pero esta
vez no se van a China o Vietnam, vienen a España. Es el caso de Ford, noticia
que conocíamos esta semana y que dejaba ese sabor agridulce para el país, más
trabajo para nosotros pero, más barato también. Es verdad que aún estamos lejos
del tercer mundo, pero ya no pertenecemos al primero, acabamos de inaugurar el
segundo mundo. Bienvenidos.