lunes 15 de octubre de 2012, 08:13h
Discutía hace unos días con un
amigo acerca de la importancia de guardar
las formas en la convivencia diaria y cotidiana en los entornos en que
nos movemos los seres humanos:
Hablo tanto de familia,
amigos, compañeros de trabajo, de
universidad, de academia de
idiomas, como de vecinos o del club
deportivo o de cualquier otra índole al
que podamos estar vinculados ...
Este mismo asunto, aunque con
otra dimensión más concreta, viene también
ocupando a hombres y mujeres de letras
desde que la literatura
misma existe. ¿Que es más importante, el
fondo (lo que se dice) o la forma (el
cómo se dice)? Después de haber leído muchos argumentos a favor y en contra
de ambas
ópticas, la más razonable de
todas ellas es la que apunta a la
dificultad de separar lo uno de lo otro, es decir, que las formas literarias utilizadas colaboran
de forma decisiva en poner de manifiesto
la intencionalidad de un texto y viceversa, que para hacer más efectivo lo que uno quiere decir, la forma escogida para
hacerlo colaborará más o menos acertadamente en la consecución del fin
pretendido.
Hechos y palabras
En otro orden de cosas, también
referidas al quehacer cotidiano de los
ciudadanos, por ejemplo, la política, es aún más importante, si cabe, que las
palabras vayan acompañadas, no solo de gestos sino de hechos, para darles el valor que
merecen. La prosopopeya verbal de
alguno de nuestros políticos ha ido pareja con la vacuidad de sus pensamientos y, más aún, con la
inconsistencia -cuando no de la
extemporaneidad o la provocación- de
sus políticas. Aún así, la palabra (en
este caso la forma...) puede
envolver de tal modo a sus destinatarios, que llega
a tenerlos engañados durante tiempo pero, tarde o temprano, la realidad (el
fondo) suele acabar por imponerse. Lo decía mucho mejor aquel viejo y honesto predicador que (poniendo la venda antes de la herida),
siempre acababa por aconsejar a sus
fieles la conveniencia de hacer lo que él decía
más que lo que hacía.
Desde luego, puestos a elegir,
personas de uno y otro sexo, de una y
otra edad, condición y formación, nos
quedamos con los hechos antes que con las palabras, incluso dando a estas el
valor de las mejores intenciones. Pero
muchas veces son ellas, las
palabras, junto a los gestos, quienes
ponen los primeros cimientos de los
hechos. ¿O no son ellas, las palabras, los gestos de
agradecimiento, de cortesía, etc. quienes nos dan la primera medida de quien
tenemos enfrente? La primera, y casi siempre la
definitiva, porque es muy difícil, por no decir imposible, fraguar
una convivencia apropiada con quienes
no ponen el respeto y las buenas maneras como premisas constantes de su relación con los demás.
Las formas constituyen
mucho más del cincuenta por ciento de la continuidad de una relación
interpersonal ya que, aunque no sean por si mismas condición suficiente, son absolutamente necesarias para la construcción
de una convivencia civilizada
y duradera con los demás.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
|
|
|
|