Todos
tenemos algún amigo al que vemos muy de tarde en tarde, pero con el que podemos
retomar la conversación como si nos hubiéramos visto ayer mismo. A mí me ocurre
también con algunos libros. Pasas tantas horas con ellos, leyéndolos,
subrayándolos, tomando notas, que terminas trabando con esos libros una
relación de amistad que permanece viva muchos años después de que los dejaras
en una caja o en una estantería.
Este
verano me encontré uno de esos libros: Liberalismo y fascismo, dos formas de
dominio burgués, de
Reinhard Kühnl. Lo había dejado en casa de mis padres, en
Yunquera, otro verano de hace muchos años, y allí me seguía esperando en una
vieja estantería de madera. Nos lo había hecho leer,
Juan Trias, mi profesor de
Historia de las Ideas y de las Formas Políticas, para el tercer trimestre de la
asignatura. En su primera página estaba mi firma y una fecha, 3 de mayo de
1979. Kühnl, decía la contraportada, era "prácticamente el único filósofo
político marxista de orientación revolucionaria que ha podido trabajar
ininterrumpidamente en la República Federal Alemana". Qué pena que
Merkel,
formada en la Alemania del Este, se perdiera las clases de Kühnl; como decía
Tony Judt, lo peor del comunismo es lo que venía después:
Putin y
Merkel.
Busqué
entre sus páginas, subrayadas con lápiz rojo, un par de ideas que me habían
acompañado desde hacía treinta y tres años, y las encontré. Hablando del
fascismo en Italia, Kühnl se hacía la siguiente pregunta: "¿Y con qué
motivo la democracia burguesa iba a defender las instituciones y las
organizaciones socialistas contra la violencia terrorista de los fascistas si
los mismos socialistas seguían proclamando tercamente que su objetivo principal
era justamente la destrucción de la propia democracia burguesa?".
Refiriéndose
a la Alemania de los años 70, en la que la izquierda se debatía entre la
resignación de la cultura
underground y el LSD, por un lado, y la aventura de
Meinhof y el ejército rojo, por otro, Kühnl decía: "La política de la
resignación consolida el dominio existente derivando hacia esferas que carecen
de importancia política. Y la política de la aventura revolucionaria lo
consolida en tanto en cuanto le proporciona pretextos para desacreditar a toda
la izquierda".
Una vez
más una crisis del capitalismo conlleva un ataque a la democracia
representativa, y mientras cierta izquierda rodea los parlamentos, cierta
derecha los vacía. Cuando leí este libro yo tenía diecinueve años, y ya
empezaba a crecer el desencanto con una democracia impotente ante una crisis
económica. Dos años más tarde viviríamos el golpe de Estado del 23F, y se nos
pasó el desencanto.
Cuando
veo las vallas en la entrada del Congreso, o escucho a los que no diferencian
entre el liberalismo y el fascismo, me acuerdo de aquel libro de mi juventud y
me digo: hoy alimentan la aventura, después alimentarán la resignación del "todos
son iguales", el resultado siempre es el mismo, la consolidación del "dominio
existente".
José Andrés Torres Moraes diputado socialista por Málaga y portavoz de Cultura en el Congreso
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