En el nuevo plan de estudios que prepara el Gobierno, junto
con matemáticas y ciencias, la lengua será una de las materias fundamentales.
¿Hay algo más evidente que la lengua es la materia reina del plan de estudios?
Con la lengua nos comunicamos oralmente y por escrito a lo largo de toda
nuestra vida. Una palabra afortunada puede incluso evitar un crimen. Y lo contrario
también es verdad. Un insulto no controlado, en algunas ocasiones, habrá
acabado en un navajazo.
Hablar bien y
escribir bien son dos artes supremas. ¿Cómo se aprende a amar la lengua? Es muy
sencillo: teniendo padres y maestros que amen la lengua y transmitan a los
niños ese amor con la riqueza de su vocabulario y la musicalidad de sus frases.
Nunca hay que olvidar este principio: en una palabra importa tanto su
significado como su sonido. Es vital aprender a distinguir las palabras que
suenan bien de las que destrozan los tímpanos. Del mismo modo que los padres
les enseñan a los niños a cepillarse los dientes, también deberían enseñarles a hacer pareados.
Cuando hacemos rimas el lenguaje es mágico. Los profesores deberían hacer con los niños,
adolescentes y adultos cientos de pareados y, por supuesto, pareados
disparatados sin el menor miedo al delirio.
A hablar
aprendemos hablando. A leer se aprende leyendo mucho en voz alta y enseñando a
los niños a modular la entonación, a comprender los textos, a sentirlos y a disfrutar con la musicalidad de las
palabras. Y, en la lectura de versos, hay que hacer siempre la pausa versal de final de verso, de
la que nunca hablan los manuales de lengua. ¿Y cómo se aprende gramática? Por desgracia,
los manuales escolares de lengua no suelen ser muy afortunados. Pero hay una gramática genial: La gramática descomplicada (Editorial
Taurus), del periodista Álex
Grijelmo, recomendabilísima para estudiantes y
profesores y para la afición en general. Álex Grijelmo ama la lengua, conoce la
gramática profundamente y, como excelente periodista, divulga su sabiduría con
una claridad maravillosa.
Y hay que repetir:
al final de cada verso hay que hacer una pausa: ¡la pausa versal! El prosista
que no educó su oído leyendo y escribiendo versos suele escribir una prosa con ritmo
muy mejorable. La voz del profeta Elías
arrebatado al cielo en un carro de fuego me pregunta desde una región que solo
conoce Mónica López, nuestra gran mujer del tiempo en los telediarios de La 1 y
también experta en cartografía celeste: ¿podrías dar nombres de prosistas
españoles que no tienen muy bien educado su oído? Y yo, sabiamente, respondo:
podría dar unos cuantos nombres pero hoy prefiero ser prudente y, por
listillo, no ganarme absurdamente algún
que otro enemigo. Ya dice Jesucristo en
el evangelio de san Mateo que seamos astutos como serpientes. ¡Oh serpientes de
Jerusalén, que, en métrica, tenéis un oído exquisito, quiero ser tan prudente y
tan buen lector de versos - o sea,
observando siempre la pausa versal - como vosotras!

Sexo, religión y fútbol para hacer reir al lector en los 'Cuentos reunidos' de nuestro colaborador Ramón Irigoyen
www.ramonirigoyen.com