Desde hace muchos
años he creído que una de las claves, o quizás "la" clave del éxito, ya sea
político, militar o empresarial es la anticipación. Tener la iniciativa, vaya.
Para eso es imprescindible una cierta capacidad de anticipación. ¿Por qué
nuestros políticos van siempre a remolque de los acontecimientos? Parcheando,
apañando chapuzas, e invariablemente dejando que todo se pudra para llegar con
la fregona cuando el desastre es ya tan evidente que no se puede seguir
barriendo debajo de la alfombra.
Zapatero demostró, con la negación reiterada
de la crisis, ser un virtuoso en el arte de decir "cariño, eso no es lo que
parece y el que sale en ese video no soy yo". Pero en las mañas de refutar la
evidencia,
Rajoy demostró estar a su altura, cuando definió el espeso veneno
que vomitaba el Prestige como
"hilillos de plastilina", hasta que toda la costa noroeste estuvo cubierta de
una gruesa capa letal, cuyos restos, diez años después, aún son visibles en
muchas rocas del litoral.
¿Vamos a seguir
negando la evidencia de las encuestas y la Diada en Cataluña? ¿Que las
elecciones en Euskadi las van a ganar el PNV y Bildu? Los nacionalistas
periféricos llevan tomando la iniciativa desde la Transición. Una y otra vez. A
lo largo de treinta y siete años. Treinta y siete años amagando con la
independencia para obtener ventajas económicas, políticas, laborales o fiscales
impensables para otros españoles mientras se enmascaran en el victimismo
anasagastiano. ¿Vamos a seguir así?
Desempolvemos la
bola de cristal; en 1906 existían en Europa 24 estados soberanos. En 1956 ya
eran 34, y en el 2006 los estados sumaban 47. Hoy podríamos contar hasta 54 si
incluimos la República Turca del Norte de Chipre, Absajia. Kosovo u Osetia del Sur.
Pero en Europa se han catalogado hasta 234 lenguas distintas, ni siquiera
homogéneamente repartidas. Si a cada una le corresponde una nación soberana e
independiente, la fragmentación política de ese neofeudalismo convertirá los
mini estados europeos en galletitas saladas de aperitivo en un mundo de voraces
gigantes geopolíticos y económicos.
Pero el Partido
Popular Europeo, sin negarse en principio a la independencia de nadie, podría, por
iniciativa de Mariano Rajoy, impulsar en el Parlamento Europeo una decisión
legislativa, similar a la "Clarity Act"
aprobada por el legislativo canadiense en el año 2000.
Como recordarán, esa
"Ley de Claridad" establece las condiciones para la autodeterminación y
secesión de Quebec, y en concreto exige la falta de ambigüedad en la pregunta
del referéndum, una clara mayoría (y no sólo una simple) a favor de esa
secesión, y una evaluación cualitativa necesaria de esa mayoría para determinar
sus circunstancias, considerando a la Cámara de los Comunes de Canadá el único
interprete válido de esa desambiguación y de la cuantificación y cualificación
de esa mayoría.
En España la
Constitución no admite más referéndum que los previstos en los artículos 167,
168, 151.2 para aprobación o reforma de los estatutos de autonomía o la
incorporación de Navarra al País Vasco. También admite los consultivos o no
vinculantes del artículo 92, pero no parece que eso vaya a frenar a los
secesionistas vascos o catalanes en sus reivindicaciones. Por eso es necesario
puentear la Constitución, es necesaria una iniciativa política para impulsar una
decisión legislativa del Parlamento Europeo, estableciendo que la secesión es
algo muy serio, no el berrinche de una Diada, ni el delirio sabiniano de una
raza pura y elegida o la ofuscación de la Liga Norte con la Padania.
De hecho, conociendo
los precedentes balcánicos, esa "Clarity
Act" europea debería incluir una disposición rechazando el distrito único
como espacio para ejercer el voto. Es decir, se deberían respetar los
diferentes distritos electorales preexistentes incluidos en la patria
proyectada, y respetar el resultado del referéndum en esos distritos
electorales, de modo que si Barcelona, o el territorio histórico de Álava, o el
de Vizcaya, o un municipio como San Sebastián, votará mayoritariamente "no" a
la secesión, habría que respetar su derecho a decidir, y no se les podría
imponer la decisión de independizarse. Y eso, tan democrático, habría que
dejarlo bien claro antes de que los acontecimientos nos superen.
Veamos, como
ejemplo, el más reciente de esos precedentes balcánicos; Kosovo se declaró,
unilateralmente y sin referéndum, independiente en el 2008. Pero no se
consideró la realidad de una población mayoritariamente serbia en el norte del
territorio. Esos ciudadanos, que no se consideran kosovares, se organizaron,
soberanamente, en la Asamblea Comunitaria de Kosovo y Metohija. En febrero de
este año los serbios convocaron un referéndum en Zubin, Leposavic, Potok,
Zvecan y Kosovska Mitrovica. Se preguntó a los votantes de estas comarcas si
aceptaban formar parte del la República de Kosovo, y el 99'74 % votó que no. ¿Y
ahora qué? ¿Respetamos el derecho de autodeterminación de esos serbios dentro
de Kosovo? ¿Su derecho a decidir? ¿Pondrán bombas y pegarán tiros en la nuca
hasta conseguir su objetivo? No se deberían repetir en Europa casos como la
declaración unilateral de independencia del Parlamento de Kosovo en el 2008. Pero
tampoco ir calentando motores en los tanques de las brigadas acorazadas, pues
"la violencia es el último recurso del incompetente", por citar a
Isaac Asimov.
Por supuesto los
nacionalistas periféricos querrán imponer un distrito electoral único para un
referéndum independentista, y acusarían a la Ley de Claridad, y a quien la
impulse, de practicar el charcutage o
el gerrymandering, es decir, de
trocear el territorio para favorecer unos determinados resultados al poner en
práctica el sufragio. Por eso, precisamente, sería necesario respetar los distritos
electorales preexistentes a esa Ley de Claridad. Más bien sería utilizar los
argumentos de la autodeterminación o el derecho a decidir, profundizando en
ellos, contra quienes los esgrimen hoy como banderas, del mismo modo que un
buen judoka utiliza la fuerza y el
peso de su oponente para vencer.
Si el resultado es
un territorio inviable la realidad se
habrá impuesto al delirio de una patria preexistente. Pero si uno de esos
territorios con aspiraciones independentistas quiere permanecer dentro de la
Unión Europea tendrá que respetar, primero, las leyes de la Unión Europea.
Incluida una ley que establezca, ya, las condiciones para votar esa
independencia; sea en Córcega, Escocia, Flandes, La Padania, Euskadi o
Cataluña. ¡Adelántese a los acontecimientos, Mariano! ¡Haga Europa! ¡Sus y a
ello, que no son hilillos de plastilina!
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