domingo 02 de septiembre de 2012, 10:19h
En
los años 70 del siglo XX los españoles, hartos ya de la censura
franquista, nos íbamos a Perpignan a ver las imágenes que aquí
estaban prohibidas. Precisamente por ello "El último tango en
París" (Bernardo
Bertolucci,
1972) forma parte del acervo cultural de los compatriotas que
sobrepasan el medio siglo, independientemente del valor intrínseco
de la película que, mucho me temo, ha ido cayendo en picado con
el transcurso de los años.
Lo
que no podíamos ni sospechar entonces es que cuarenta años
después, España adelantaría por la izquierda a la liberal
Francia en lo tocante a costumbres.Y eso que a los unos nos
gobierna la derecha de Rajoy,
mientras que a los otros es Hollande
quien les marca el paso y delimita el extremo al que pueden
llegar los usos y costumbres, sin traspasar el límite de la ley.
Vivir para ver, porque no es este un enunciado teórico y
etéreo de loa indiscriminada a los conservadores y una
crítica injusta a la "gauche divine" de la France.
Dos
ríos
Digo
todo esto porque aún no salgo de mi asombro tras conocer la noticia
que este verano y Sena abajo, ha franqueado los Pirineos (cosa
facilísima en estos tiempos de la inmediatez y de la información
online). El titular podría ser este: París no quiere nudismo en su
río. El desarrollo de la noticia, en dos palabras, es que la
policía gala ha perseguido este verano los pechos al
descubierto en la playa artificial de la capital intentando atisbar
actitudes indecentes que ha sancionado con multas que van de 38 a
3.750 euros. Y si, además, el atrevimiento sobrepasaba los límites
tolerables de la decencia el castigo ha podido llegar hasta los dos
meses de cárcel.
El
Manzanares, que todavía mira con cierta envidia al Sena, puede
hincharse tanto de satisfacción que, si esta se pudiera
desbordar río abajo, anegaría incluso su miniplaya artificial
con que regaló a los madrileños su anterior alcalde, Alberto Ruiz
Gallardón.
Ubicada al lado del controvertido puente futurista del nuevo
pulmón de la capital, denominado Madrid Río, puede ver cada día
hombres y mujeres a pecho descubierto que, para combatir el
sopor que calor y humedad pronuncian en extremo, tienen que
alternar la posición horizontal que reclama la atención de los
rayos solares, con la vertical que exige remojarse de cuando en
cuando para combatir la consecuente deshidratación.
Ya
esperaba yo una prueba sociológica de este calibre para dormir
tranquilo ante lo que creía era un descenso vertiginoso del
turismo francés por estas tierras del Sur. No es tal, sin duda.
Se trata simplemente de que los turistas o foráneos más
provocadores y escandalosos (en cuanto a la moral pública se
refiere, claro), cuando uno se acerca a comprobar su origen,
resulta que no vienen de París, ni de Munich o Estocolmo, sino que
provienen de Málaga, Barcelona o Cáceres... Vamos, que son más
españoles que Agustina
de Aragón.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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