Me temo que voy a remar contra la corriente:
la valoración que las encuestas hacen de la clase política, en general,
es tremenda, reveladora... pero parcialmente injusta. Asistimos al peor
-y más corto- verano de nuestros políticos, al menos de los políticos
más relevantes; algunos de ellos se mueven constantemente, tratando de
dejar huella de su presencia múltiple; otros nos informan de que han
hablado telefónicamente con personas muy importantes, pongamos
Obama,
por ejemplo... En fin, que trabajan. Me consta la preocupación por la
marcha del país de la mayor parte de nuestros responsables políticos
(garbanzos negros los hay siempre, en todos los ámbitos, y ellos
contribuyen no poco a la mala imagen de todos los demás).
¿Qué ocurre entonces para que ni uno solo de nuestros
representantes aprueba en las encuestas, para que el presidente del
Gobierno al que hemos votado con mayoría absoluta hace ocho meses figure
en las valoraciones por detrás de un tal
Alfred Bosch, de Esquerra, a
la cola de la tabla? ¿Cómo es posible que el ochenta por ciento del
electorado diga que confía poco o nada en
Rajoy o en
Pérez-Rubalcaba?
Pues ocurre, entiendo, que nuestros representantes son incapaces
de ilusionar a los representados; se atrincheran, no salen a dar la cara
por temor a que se la partan. ¿Cuántos ministros han podido ser vistos
este verano andando por la calle, en restaurantes públicos, dando ruedas
de prensa abiertas, conversando en una terraza? ¿Cuántos dirigentes de
la oposición han sido sorprendidos de tal guisa? Ninguno o muy pocos; el
propio Rubalcaba, en Alemania, suspendió un encuentro con periodistas
temiendo que le preguntasen por no sé qué historia, quizá no demasiado
sólida, sobre espionaje 'industrial' a otro partido. Pero el caso es que
no salió a campo abierto ni siquiera a desmentirla.
Tienen miedo al ciudadano, y eso es lo peor que le puede ocurrir a
alguien que dice representarle, y que de hecho le representa. Aborrecen
la transparencia, por muchas leyes que hagan predicándola. Me consta la
buena voluntad de la mayoría: quieren hacer cosas para el pueblo, pero
eso sí, sin el pueblo, que es un maremágnum de opiniones encontradas;
además, te dicen los que ahora gobiernan, como antes hacían los que
gobernaban, la opinión pública es una veleta: ya verán cómo en unos
meses esas encuestas del CIS dan un giro radical. Sí, desprecian a la
opinión pública, me temo. De los giros de la opinión publicada, ay, ya
se van encargando ellos mismos, pero no quiero extenderme sobre ello en
un momento en el que aún debemos comprobar hasta qué punto se van a
permitir quienes gobiernan la ocupación de medios. Todo se andará.
Y así, sin roce con la calle, no se pueden ganar afectos. Sin
ideas contagiosas no se pueden generar entusiasmos. Escondiéndose
provocan, por el contrario, suspicacias. Gobernando con los viejos tics
de siempre no se puede hacer frente a una nueva era, que todos intuyen
que no va a ser precisamente mejor que la precedente y que, precisamente
por ello, debería procurar una mejor sintonía entre representantes y
representados.
Llevo muchos años mirando el devenir de nuestros políticos; creo
que son, en general, buena gente, formalmente honrados, pero últimamente
sin la grandeza de aquellos que, equivocándose sin duda en algunas
cosas, pilotaron los primeros pasos hacia y de la democracia. Quien,
viendo que todo se pone estos meses en tela de juicio, no entienda que
es precisa una refundación de esa democracia, merece ese bochornoso
suspenso que todas las encuestas, comenzando por las del muy oficial
CIS, le otorgan. Debería preocuparles bastante más esa cifra de (falta
de) aceptación que la de la prima de riesgo, que a saber desde dónde nos
la están fabricando.
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Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
fjauregui@diariocritico.com