Leer no sirve para nada. El tiempo pasa y no pasa nada. ¿Qué
podría pasar? Las bolsas se desploman, las guerras continúan, las finales
deportivas se siguen jugando. Entretanto, un hombre y una mujer discuten acerca
del futuro que les espera a sus hijos con estos tiempos y estos recortes y esta
dichosa crisis, sin saber que esos hijos, pasados los años, les negaran la
palabra. En otro lugar, quizás en un bar, un jardinero y un publicista
malgastan su dinero en alcohol y en lugar de pensar que no tienen nada que
decir no piensan lo que deberían decir y no dicen más que tonterías. Como todos
nosotros. El tiempo sigue pasando, lentamente, aunque a veces, también,
demasiado deprisa. Las bolsas juegan, la gente se mata, tu equipo gana. Enhorabuena.
El tiempo pasa. Dos personas, dos escritores, escriben. Son
Carlos Pardo y
Julián Herbert. No se conocen y eso tampoco importa. Los dos escriben
sobre varias cosas. Sobre la enfermedad, sobre la literatura, sobre el tiempo.
Pero sobre todo escriben sobre ellos mismos. ¿Sobre qué otra cosa podrían
escribir? No saben cómo funciona la bolsa, no han estado en la guerra, no
asistieron a la última final en ese gran estadio. Escriben y hacen literatura,
esa estúpida cosa que no vale para nada a menos que unos cuantos insensatos
decidan que vale para algo. Pero ¿para qué podría servir? Y además, ¿por qué
sirve la literatura de unos pero no la de otros? ¿Acaso esta acumulación de
palabras sirve para algo? Pospongamos, por el momento, esta ambiciosa pregunta.
El tiempo se detiene. Es raro, lo sé. Es imposible. Pero
juguemos a ello. Juguemos a olvidar que estamos preocupados, que no tenemos
dinero suficiente para pagar las facturas, que nuestros hijos se apiñan en las
aulas, que en lugares lejanos la gente se sigue matando. Juguemos a perder la
noción del tiempo, esa cosa terrible que nos muestra tal como somos y nos deja
al descubierto. Bien. Y entonces, ¿qué podemos hacer? Una opción. Cerrar los
ojos, respirar profundamente, pensar en todo lo que ha pasado, pensar en todo
lo que podría haber pasado y pensar en todo lo que nos gustaría que hubiera
pasado en nuestra vida. Pues bien, esa idea, ese pensamiento, ese desvarío, eso
es lo que llamamos literatura. Y a nadie le importa. ¿A quién le puede importar
lo que nos ocurra o no nos haya ocurrido jamás? Hay personas que se creen
importantes y hay personas que no le importan a nadie y entre medias de unos y
de otros estamos todos los demás. Nadie, en verdad, ninguno de nosotros, importa
realmente.
Lo extraño, lo misterioso, lo increíble y lo maravilloso es
que las vidas, las idas y las vueltas, las locuras, los desvaríos, las
enfermedades, las trivialidades, las estupideces y las palabras de unos tipos
que no se conocen y a los que no conocemos nos puedan importar hasta el punto
de sentir algo por ellos. Eso es, sin duda, lo más insólito y lo más duradero
de la literatura. La empatía, la amistad que se produce entre seres imaginarios
(o no) y unas cuantas palabras. La emoción. La verdad. La puñetera vida y el
puñetero tiempo que pasa y que nos une y que luego nos separa aunque mañana el
mundo se vaya de una vez por todas a tomar por el culo. Y cuando llegue ese
momento, no sé qué harás tú, la verdad, pero yo estaré leyendo. Aunque no sirva
para nada.
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