miércoles 29 de febrero de 2012, 08:05h
España ha vivido en los tres últimos meses
(diciembre, enero y febrero, que hoy termina) el período de mayor sequía desde
los años 40 del siglo pasado. Y aunque se espera una borrasca de agua y nieve
para el próximo fin de semana, serían necesarias, según los expertos, al menos
cuatro o cinco temporales semejantes para paliar la actual situación. Dos
ejemplos llamativos: la ciudad de
Barcelona registró 40 días seguidos sin lluvia (entre primeros de diciembre y
el 15 de enero pasado), y en Madrid no se registraron precipitaciones entre el
17 de diciembre y el 1 de febrero.
El problema no es nuevo, y se ha abordado
de muy diversas formas, pero nunca se logró una solución ni siquiera un acuerdo
para que buena parte del caudal de los ríos se precipitase al mar sin haber
resultado útil para la demanda de agua para usos agrícolas o urbanos. En el
franquismo se construyeron pantanos, que resultaron ser importantes para las
escasas reservas hidrológicas, pero no pasaron de ser un remedio parcial. Y, en
nuestros días, cada vez que se menciona el Plan Hidrológico o se plantean los
trasvases, la reacción de quienes se consideran "señores feudales" de los ríos
es muy sonora.
Y, mientras esto sucede en la empobrecida
España, el Gobierno mira hacia otro lado, como si por el mal aprovechamiento
del agua escasa no se perdiesen miles de millones de euros. En lugar de coger
el toro por los cuernos, con unos planes racionales y eficaces, nos refugiamos
en el Almanaque Zaragozano, en el refranero de "en abril, aguas mil" (lo que
suele ser mentira), o en las procesiones de rogativas para que el dios de la
lluvia llore sobre España.
Y el país no está para bromas ni para
chapuzas. Ayer mismo, y hablando de otro asunto, la vicepresidenta Soraya Sáenz
de Santamaría anunciaba un plan para combatir el alto gasto de las
administraciones públicas en alquiler de inmuebles (unos 100 millones de euros
anuales), mientras se cuenta, solamente en Madrid, con un patrimonio
inmobiliario sin utilizar por valor de 500 millones. Añadamos, en fin, que la Administración General del Estado
mantiene en funcionamiento en todo el territorio nacional unos 55.000 edificios
públicos, lo cual, a todas luces, es una desmesura.
A la fuerza hay que tomar medidas en la
lucha contra la sequía y en la austeridad en edificios, y es evidente que no se
están haciendo las cosas bien, por mucho que nunca llueva a gusto de todos.