Mantener una conversación utilizando el
teléfono "manos libres" mientras se conduce también aumenta significativamente
el riesgo de accidente. Marcar, hacer o atender una llamada y pulsar la tecla
de colgar son actividades que influyen negativamente en la atención de quien va
al volante: las posibilidades de una colisión o de una salida de la vía se
multiplican por cuatro. Un estudio de la Universidad norteamericana de Virginia
recomienda que también se prohíba en los vehículos el teléfono "manos libres"
porque, aunque aparentemente sea compatible con la conducción, la distracción
es evidente y los ojos, aunque sea por unas décimas de segundo, se desvían de
la carretera. En España, la Dirección General de Tráfico sostiene que lo que distrae
no es el hecho de llevar el teléfono a la oreja sino la propia conversación.
No es cuestión de "prohibir por prohibir"
ni de establecer nuevos delitos de tráfico para recaudar dinero en las
sanciones, sino de ser racionales y sensatos, y conducir con todos los sentidos
puestos en la responsabilidad que uno lleva en las manos. Unas manos que, en
algunos casos, han tecleado mensajes escritos de móvil en plena conducción, lo
que es una barbaridad.
Y quien también debe prestar más atención o
matizar más lo que dice José Luis Feito,
presidente de la Comisión de Economía y Política Financiera de la CEOE, que
ayer planteaba un asunto que no es nuevo: que los parados que rechacen una
oferta de trabajo dejen de cobrar la prestación por desempleo. Parece razonable que quien no tiene trabajo
se afane por encontrarlo y que acepte de inmediato las ofertas razonables.
Quizá ahí haya un acuerdo total, un consenso al máximo en la sociedad española.
Pero donde pierde la razón el señor Feito, el alto cargo de la CEOE, es cuando
apostilla que "hay que aceptar cualquier trabajo como si es en Laponia".
Viene a decir que, en tiempos de necesidad, hay que tragarlo todo. Y eso no es
cierto ni justo. El trabajador en paro no es un número ni una vulnerable
mercancía ni un animal de carga. Sabemos que hay mucha picaresca, y estamos
contra ella. Pero nada se puede imponer a cualquier precio, y si algunos
empresarios españoles se hubiesen ido a Laponia, probablemente habrían
arruinado esa hermosa región del Polo Norte.