¡Es la economía de mercado, estúpido!
jueves 22 de diciembre de 2011, 08:00h
Creo que la conocida invectiva (¡Es la
economía, estúpido!) necesita hacerse más explícita para algunos sectores de la
izquierda española. Porque la fuerte afirmación lleva implícito que cuando se
menciona "economía" se sobreentiende que se habla de la economía de mercado y
eso, digámoslo abiertamente, hay gente que todavía no lo tiene completamente
claro. Sin embargo, esto es algo especialmente importante en tiempos de crisis
como los actuales. Es decir, parece que algunos no tienen claro que la
superación de la crisis mediante la recuperación del crecimiento y del empleo
surgirá desde las entrañas de la actividad privada y el mercado y no desde el
Estado. Este último puede coadyuvar para que tenga lugar esa recuperación, pero
no puede sustituir la actividad privada. Y en esta dirección, la alternativa de
la inversión pública con desequilibrio presupuestario es simplemente una fuga
hacia delante: pan para hoy y hambre para mañana. Las añoranzas de las
políticas keynesianas simplemente no tienen en cuenta las diferencias de época
y de contexto, en especial el grave desequilibrio fiscal actual.
Estoy seguro que el día en que Cayo Lara e
Izquierda Unida tengan asumida en profundidad la evidencia de que la economía
de mercado es insustituible como motivación productiva, dejarán de decir las
ocurrencias que dicen (entre las que cobra relevancia sus descalificaciones del
conjunto de la socialdemocracia europea). Pero creo que todavía siguen
suspirando por sus viejas convicciones -que todavía hace poco defendieron a
brazo partido- de que la planificación estatal puede sustituir el mercado. Y
todo indica que hasta que no se desprendan por completo de esas reminiscencias
seguirán diciendo despropósitos.
Hace pocos meses la tesis de IU era que el
tema del equilibrio fiscal sólo tenía una importancia secundaria, siendo propio
de una visión neoliberal. Ahora creen haber avanzado mucho cuando reconocen la
centralidad del equilibrio presupuestario, pero salen con la inspiración de que
tal equilibrio se puede conseguir mejorando el capítulo de ingresos y no tanto
el de gastos. De nuevo, confunden el factor central con el factor coadyuvante.
Nadie duda de que es necesario mejorar los mecanismos de obtención de ingresos
(sobre todo en lo que refiere a una recaudación más progresiva y al fraude) y
que ello ayudaría a reducir el déficit. Pero eso no puede confundirse con los
aspectos centrales de la recuperación económica, que guardan relación con dos
asuntos primordiales: reducir rápidamente el capítulo de gastos y buscar
incentivos de reactivación productiva. (Claro, no hace falta insistir en que
ello es así si se acepta a cabalidad la economía de mercado).
La necesidad de reducir el gasto tiene
causas de corto y de largo plazo. De corto, por cuanto es necesario recuperar
el equilibrio cuanto antes y confiar en el aumento de los ingresos para
lograrlo puede postergar el proceso prolongadamente. Algo, por cierto que no
admitirían nuestros socios del euro.
Pero también hay causas de largo plazo: mantener elevado el gasto
público sin respaldo productivo hace imposible relanzar el crédito interno y
externo y sanear la inversión.
Para relanzar la actividad económica en una
economía de mercado es necesario incentivar la actividad de los emprendedores.
Ya hemos insistido desde estas páginas que el ejemplo de Obama en Estados
Unidos debería ser suficiente: el presidente norteamericano llegó a la Casa
Blanca con la clara intención de meter en cintura el capital financiero y
rápidamente comprobó que hacer eso sólo contribuía a profundizar la crisis.
Como dijo él mismo: la regulación en serio de los agentes financieros hay que
hacerla antes, en los momentos de alza y no cuando ya ha estallado la crisis.
¿Y que se necesita para motivar desde el
Gobierno a los emprendedores? Dos cosas contribuyen poderosamente: una, la
creación de un buen clima de negocios y su mantenimiento; la otra, impulsar
incentivos a la inversión. Pues bien, si hay algo que desmotiva al empresariado
es el anuncio general de que se van a elevar los impuestos, aunque ello se
justifique como la vía para recuperar el equilibrio fiscal. Esa noticia no
favorece precisamente la creación de un buen clima de negocios. Es cierto que
la presión impositiva en España es todavía insuficiente, pero hay que tener
sentido de la oportunidad para plantear el tema. Resulta interesante saber que
una buena presión fiscal es necesaria, incluso para incrementar la
productividad, pero eso debe suceder cuando la economía está creciendo y no al
revés.
Y para incentivar el emprendimiento
haciendo crecer el empleo lo más rápidamente posible, es necesario buscar eso
donde se genera: más del 85% de los empleos son creados en España por la
pequeña y mediana empresa. Por ello, como dice Rajoy, hay que mimar a las
PYMES. Es decir, sin necesidad de rebajar excesivamente su presión fiscal, es
necesario facilitarles la vida.
En suma, ya sabemos todos -incluso Rajoy- que
sólo con recortes no saldremos de la crisis, incluso podemos profundizarla.
Pero también sabemos que la reducción del gasto hay que hacerla a corto plazo y
que es necesario incentivar la actividad productiva a partir de la iniciativa
privada. Confundir eso con la idea de que la inversión pública y el incremento
ahora de la presión fiscal para lograrla, es la gran solución, es confundir el
trasero con las témporas. Claro, que es fácil caer en esa confusión cuando no
se cree de verdad en la economía de mercado como mecanismo de asignación de
recursos. Y, desde luego, aceptar esa evidencia sin renunciar al
fortalecimiento del Estado de Bienestar es una encrucijada claramente
socialdemócrata. Pero es la única encrucijada seria para la izquierda
democrática; lo demás es demagogia o reminiscencias de una izquierda
autoritaria.