En
ocasiones, demasiadas ocasiones, la corteza de los árboles no nos deja ver los
árboles que, a su vez, nos impiden ver el bosque. Lo inmediato oscurece los
planes a medio plazo. Lo accesorio sustituye a lo fundamental. Y, así, estamos
pendientes de una reunión de traspaso de poderes del viejo al nuevo Gobierno, o
de un encuentro del comité federal del PSOE en el que, sin duda, habrá palabras
airadas, la mayor parte de las cuales se las va a llevar el viento. Pero
estamos olvidando el gran tema, que ahí sigue, como el dinosaurio de
Monterroso: las reformas drásticas, importantes, que el Gobierno
Rajoy tendrá
que hacer, preferiblemente con el concurso de las demás fuerzas políticas, en
las próximas semanas mejor que en los próximos meses.
Me
hallo estos días en Cádiz dirigiendo un congreso periodístico sobre 'reformas
de las constituciones iberoamericanas', en general, y, por supuesto, de la Constitución española
muy en particular. De 'no abramos el melón', la frase con la que los políticos
españoles de todos los colores justificaban su pereza a la hora de abordar los
cambios en la ley fundamental, se ha pasado a la opinión general en el sentido
de que algo tiene que cambiar, al menos para que todo siga básicamente igual,
en esa Constitución de 1978 que dentro de diez días celebra su 33 cumpleaños.
Algunos
de los participantes en el congreso, desde
María Teresa Fernández de la Vega al 'padre
constitucional'
Gregorio Peces-Barba, hablan abiertamente de las reformas
precisas, en mayor o menor escala, ya que sobre el alcance de la reforma
constitucional no hay pleno acuerdo ni siquiera entre los especialistas. Y esto
es precisamente lo malo: la falta de consenso para introducir al menos las más
urgentes modificaciones en el articulado constitucional, como puede ser el
referente al Senado, a la sucesión en el Trono, a la mención de Europa o a
introducir el listado de las comunidades autónomas en el texto.
Pero
no faltan quienes -yo mismo me encuentro entre ellos-creen que hay que ir más
allá. La Constitución
nació para salir de una dictadura y comenzar una transición a la democracia.
Pero ya estamos, piensan no pocos, ante una segunda transición, en la que hay
muchas cosas que modificar, desde la marcha de las autonomías hasta la
normativa electoral, pasando por el concepto de pertenencia a Europa -palabra
que ni siquiera se menciona en la actual Constitución--. El funcionamiento del
Tribunal Constitucional o del Consejo del Poder Judicial son otras cuestiones
que se mencionaron en el congreso gaditano, para no hablar ya de los retoques
'técnicos' en una normativa que, por ejemplo, aún contempla la obligatoriedad
del servicio militar, eliminado hace muchos años.
La
ley fundamental española es anterior al euro, a Internet, a la ampliación de la UE, a la caída del muro de
Berlín y, por supuesto, a la actual crisis global o al movimiento 'indignado'.
Me atrevería a decir que la reforma constitucional, por supuesto manteniendo
siempre la estructura fundamental del actual texto, va a ser uno de los grandes
temas que periódicamente aparecerán en los titulares de los periódicos a lo
largo de esta Legislatura. Y puede, si no lo aborda a tiempo y con la decisión
requerida, que sea también un quebradero de cabeza recurrente para Mariano
Rajoy.
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