martes 08 de noviembre de 2011, 08:25h
Cada español que presenció el debate
Rajoy-Rubalcaba anoche, en la televisión, lo vio a su manera. Fueron tantos
debates como espectadores o como radio-oyentes, y era la guerra entre el
registrador de la propiedad y el químico, entre dos veteranos, uno gallego y el
otro cántabro. Qué difícil es impartir
sabiduría para tantos. Qué imposible es decir tantas obviedades para una
audiencia tan multitudinaria. Qué inútil pensar que con cuatro palabras, con unos brochazos de
maquillaje, con un escenario de "la guerra de las galaxias", con unos uniformes
azulados como de ejecutivos de los tiempos de los Planes de Desarrollo, el
personal va a quedar boquiabierto. Y qué difícil pensar que la gente, la
sociedad civil que es la propietaria del tinglado, se crea la farsa, comulgue
con ruedas de molino, se divida entre tirios y troyanos, y saque a hombros al
ganador.
Anoche, ya casi en la madrugada, la
hinchada de Rubalcaba no tomó la fuente de la diosa Cibeles, como cuando
gana el Madrid, ni los de Rajoy salieron en tropel por el Obradoiro
compostelano aclamando a su líder. La ceremonia del debate, bendita sea,
demuestra que en estos casos suele ocurrir fatalmente, lo previsible. Y
lo previsible es que el parado no sepa a qué carta de desesperanza quedarse...,
que el enfermo no termine de saber quién le va a pagar el bisturí o los frascos,
que el padre de familia ignore qué va a suceder con la educación de sus hijos,
y que el pequeño empresario esté desorientado con tantos papeles y estadísticas
como le enseñaron.
Porque, de espontaneidad, quizá muy poco,
tanto Rajoy como Rubalcaba, y hasta dio la impresión a algún malicioso de que
el combate estaba amañado, y que era "tongo". Pero lo que nadie puede negar es que se trató de
un festival de maquinaria, de asesoramientos, de papeles, de estadísticas, de
porcentajes, de cifras y de memorias más o menos manipuladas. ¿Y qué dice el
españolito de a pie ante esa exhibición de balas de fogueo, como esas guerras
virtuales con sangre de tomate con la que domestican la adrenalina los
ejecutivos en el fin de semana? Cada
uno --insistimos-- presenció su debate, como una proyección de
sus miedos y de sus esperanzas. Decir quién ganó o quién perdió es asunto vano.
En los posteriores coloquios, como autopsias, en los estudios de radio y en los
platós de televisión, las opiniones eran perfectamente previsibles. Y tanto
Rubalcaba como Rajoy, al llegar a casa, y pese a las inmediatas diligencias de
limpieza a la salida del plató (donde siempre se quita lo más gordo, pero
quedan cercos del "show" en la camisa), comprobaron, al mirarse al espejo, que
habían pasado casi ciento veinte minutos, dos horas de los relojes de
los campanarios, maquillados. Y
maquillados seguirán hasta la jornada de reflexión, en este tiempo en que la
máscara es la identidad del personaje.