Sobre las verdaderas causas del castigo europeo
lunes 31 de octubre de 2011, 11:40h
Las severas exigencias de
recapitalización de la banca española, apenas por debajo de las que Bruselas
plantea para los bancos griegos, ha suscitado una fuerte reacción de rechazo en
la mayoría de los medios políticos y periodísticos en España. La imagen más
utilizada en tales medios ha sido la del "castigo inmerecido" que ha recibido
España por parte del resto de la Unión Europea. Sin embargo, hay mucho más
bulla de protesta que una clara explicación de las causas de esta situación.
A mi entender, las causas del trato
rudo recibido de Bruselas son de dos tipos: por un lado, las de orden
técnico-financiero, que tienen mayor base objetiva, y por el otro, las
referidas a las relaciones de fuerza política existentes en estos momentos en
la Unión, que sí creo producen un verdadero agravio comparativo.
Respecto del primer tipo de causas,
las exigencias proceden de una secuencia de reconvenciones acerca de los fondos
de riesgo que arrastran las entidades financieras españolas, procedentes tanto
de los residuos tóxicos de la burbuja inmobiliaria, como de una deuda soberana
española tendencialmente mal calificada. En realidad, lo que preocupa a las
autoridades comunitarias es la distancia que existe entre la aparente solidez
de las entidades financieras españolas y el evidente deterioro de la economía
real dentro del país. Por eso consideran que sus necesidades de respaldo deben
ser elevadas. Claro, no parecen darse cuenta de que los principales bancos
españoles operan como pez en el agua en las economías latinoamericanas, hoy de
alto crecimiento como consecuencia de la demanda de materias primas de las
economías emergentes (principalmente de los RICS).
Pero es respecto del segundo tipo de
causas (del maltrato), referidas a las relaciones de fuerza dentro de la UE,
donde sí se puede hablar de un agravio comparativo. La propia ministra Salgado
lo ha indicado tácitamente en su encuentro con responsables y expertos
españoles: la bancas alemana y francesa han sido tratadas con bastante más
venialidad. Respecto de los bancos alemanes hay que quitarse el sombrero:
lograron un acuerdo con el Gobierno de doña Angela para que este retrasara las
decisiones comunitarias, mientras ellos se deshacían de la deuda griega. Así,
cuando hoy se toman finalmente las decisiones comunitarias sobre
recapitalización, ellos pueden mostrar fondos bastante saneados. Pero en el
caso francés la comparación no se sostiene: nadie se cree que la solidez de las
entidades financieras francesas sea cuatro veces mayor que la que presentan las
españolas. Sin embargo, las exigencias que les hace Bruselas son cuatro veces
menores que a las entidades ibéricas.
Hay pocas dudas de que la posición
española en Bruselas se ha caracterizado por la debilidad. Por un lado,
debilidad en cuanto a la participación de España en los organismos técnicos y
financieros comunitarios. Pero, sobre todo, porque en la UE hay la percepción
de que el actual Gobierno español se encuentra en una posición acentuadamente
débil.
Algo que, indudablemente, refiere
también a la falta de cohesión política del propio país. Los comunitarios saben
que las palabras de apoyo de Rajoy al Gobierno de Zapatero la víspera de la
cumbre europea, son pronunciadas de la boca para fuera. De hecho,
inmediatamente después de producirse el palmetazo europeo, los candidatos de
las fuerzas mayoritarias han vuelto a dar muestras de su incapacidad para
visualizar un pacto nacional para una política de Estado en orden a superar la
grave crisis económica. Uno de ellos, se ha refugiado en bravatas acerca de
que, si es elegido, el 21 de noviembre agarra un avión a Bruselas para cantarle
las cuarenta a las autoridades comunitarias. El otro no ha resistido la
tentación de aprovechar la ocasión para insistir en la extrema debilidad
interna y externa del actual Gobierno, ofreciéndose como alternativa de
Gobierno sólido.
Lo siento, pero sigo pensando que
debemos aprender algunas cosas de la cultura política alemana, que, en esta
crisis, ha dado muestras una vez más de la capacidad que tienen sus fuerzas
políticas para distinguir los momentos en que los intereses nacionales deben
subordinar claramente a los interesas partidarios y los momentos en que hay
espacio para que los intereses partidarios predominen en la escena política. En
la cultura política española estamos todavía a una distancia considerable de
saber apreciar esa distinción elemental.