Entre la excelencia y la excrecencia
lunes 24 de octubre de 2011, 08:18h
La proliferación, en los últimos años, de incontables
escuelas de negocios y de universidades
privadas y públicas ha traído consigo
también la generación de nuevos
conceptos y ópticas del aprendizaje y desarrollo de un sinfín de aspectos que
concurren en la actividad social, en general, y empresarial, en particular. Con ellas hemos visto
como viejos términos como
calidad, innovación, desarrollo o
excelencia han tomado
nuevos, más amplios y más ricos significados.
Pero tampoco
en las nuevas universidades y
escuelas de negocio nacidas al
rebufo del capitalismo
previo a la crisis económica de 2008, como en todos sitios, no
es oro todo lo que reluce. El tiempo y
los alumnos pondrán las cosas en su sitio. Ya vendrá el
tiempo en que veamos
como, gota a gota, van cerrando centros
docentes por falta de su materia prima, es decir, alumnos de uno u otro tipo.
En
todos los ámbitos de la vida sucede lo mismo. Hay quienes valen y, haciendo cosas
aparentemente sencillas, son capaces, no solo de sobrevivir, sino incluso de crear escuela. Y es aquí
donde viene el peligro. Al rebufo de un
aparentemente éxito fácil
se alinean los iluminados,
los listos y los oportunistas que, a codazos entre ellos, luchan a brazo partido por hacerse un hueco en la nueva
singladura, pero siempre con
resultados heterogéneos y, desgraciadamente, las más de las veces,
nefastos.
Mediterráneo
Este verano
de 2011 pasé algunos días
en la costa alicantina,
ejemplo académico de cómo no debe hacerse
un urbanismo oportunista, desordenado y
carente de una planificación estratégica
que asegure el futuro
turístico de calidad en la zona. Pues bien, hojeando
los periódicos locales, me
encontré con una decisión municipal,
precisamente del consistorio de la población
más ejemplar de cuanto digo,
Benidorm.
La
iniciativa, sin embargo y sin duda
alguna, merece ser imitada por
sus colegas de pequeñas, medianas y grandes ciudades del estado español. La
original, encomiable y salomónica ordenanza municipal consiste
en la creación de un
tribunal de ilustres locales de la cultura
a fin de clasificar la cada día más abundante
legión de músicos, payasos, malabaristas, caricaturistas, cantantes, pintores y, en
general, artistas callejeros que
hacen de la metrópoli
alicantina su campo de acción.
Como es de todos bien sabido, cualquier reacción es siempre consecuencia de una acción previa. En este caso, la cuestión era
que muchos artistas
advenedizos, pero más atrevidos, irrespetuosos y
posiblemente necesitados que los
ya establecidos, no dudaban en hacer
uso de la fuerza para
situarse en lo que ellos
consideran lugares privilegiados.
Pues bien, el tribunal ha puesto orden , criterio y notas
a cada uno de los artistas
que han querido seguir
mostrando sus capacidades en
Benidorm, a cambio de lo cual, y
tras la aportación de una modesta
cantidad -casi testimonial- en forma de
tasa mensual a las arcas
municipales , van a tener un lugar concreto (por
supuesto, eligen quienes han sacado mejor puntuación) para poder seguir tocando, pintando o haciendo piruetas en el aire para llamar la atención de los
viandantes y reclamar con su arte
una mínima aportación
que les ayude a ganarse diariamente
el pan.
Suburbano
Lo
mismo que en Benidorm y otras miles y
miles de ciudades del mundo, no hay metro, suburbano o tren
de cercanías en ninguna parte que
no lleve consigo no ya una legión sino todo un ejército de
colegas de los artistas
afincados en terrenos
alicantinos. En especial, diría
que músicos. Hablo de mi experiencia
personal porque a diario
y en la ciudad donde vivo,
Madrid, recorro durante una o dos horas halls, pasillos, andenes y vagones de metro. Llevo, además,
haciéndolo durante los
más de 30 años largos que resido
en la capital y ese solo hecho
creo que me da autoridad suficiente para
decir lo que sigue...
Está
bien que
quien se crea artista se busque las vías
que considere para que el
público pueda reconocérselo con una ayuda económica o moral (aplausos, en
este último caso). Pero tan legítimo como eso es
que, ya que pone a juicio público su valor
como artista, si aquel no se lo reconoce, espere una reacción
ajustada a esa falta de reconocimiento, ¿no? Pues no siempre es así, y eso hay que afeárselo a algunos de estos pseudoartistas, a quienes más les valdría sencillamente pedir
a las puertas de un supermercado
o de una iglesia y no poner como
medida de la generosidad del
público sus desacordes.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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