Sobre las
consecuencias del 15-O
miércoles 19 de octubre de 2011, 07:57h
Cuando
días antes de la manifestación del 15 de octubre, el movimiento ATTAC
anticipaba que sería un completo éxito, sostuve que esa previsión, lejos de ser
triunfalista, tenía bastante fundamento. En términos de imagen, el hecho de que
varios miles de personas se manifiesten en cada país el mismo día por razones
similares, tiene bastantes probabilidades de tener impacto mediático.
Ciertamente,
no se trataba de hacer algo estrictamente nuevo. Cuando el diario El País
asegura que esta es la primera vez que tiene lugar un movimiento así de global,
sólo demuestra que tiene mala memoria y que sus redactores no revisan su propia
hemeroteca. Si lo hicieran, se sorprenderían que esa misma afirmación la
hicieron hace nueve años, exactamente el 15 de febrero del 2003, cuando se
produjo el rechazo ciudadano mundial a la inminente invasión ilegal de Irak por
parte de un reducido grupo de países, capitaneados por el Gobierno Bush. De
hecho, las manifestaciones simultáneas aquel 15 de febrero en ciudades de todas
las regiones del globo, fueron bastante más masivas que las de este 15-0,
destacando los cientos de miles en Londres o en Madrid y Roma (por cierto que
allí mucho más pacíficas). Pero también fueron mucho más numerosas en lugares
apartados, como Tokio, Manila o México. ¿Recuerdan como editorializó el New
York Times sobre aquel 15 de febrero? Pues dijo que a partir de esa fecha había
nacido una nueva superpotencia: la opinión pública global.
No
se trata de hacer comparaciones impropias, sino de colocar cada cosa en su
lugar y en su verdadera dimensión desde una perspectiva histórica. En realidad,
varios de los actores que organizaron aquella respuesta global también han
estado presentes en la actual, como por ejemplo el movimiento
antiglobalización. La cuestión consiste en valorar la acción en su justa
medida, así como indagar sobre sus inmediatas consecuencias. Por ejemplo, a
nadie debe sorprender que en casi todos los países del mundo haya minorías
activas y/o grupos radicales capaces de lanzar convocatorias semejantes con
mayor o menor éxito (sin caer en la generalización descalificadora del
pendenciero Aznar), pero el asunto de fondo es saber si una acción concertada
globalmente, de este tipo, cambia realmente o no la correlación de fuerzas a
favor de los convocantes. Para muestra un botón: las masivas manifestaciones en
todo el planeta de aquel 15 de febrero no impidieron en absoluto la temida
invasión de Irak, que acabó produciéndose el 20 de marzo de ese mismo año.
Es
difícil estimar el efecto que tendrá este 15-0 en los diferentes países donde
tuvo una expresión importante. Creo que hay pocas dudas de que el impacto que
ha tenido en Italia no ha sido precisamente positivo, como me parece que el
efecto en Francia ha sido bastante reducido. En todo caso, me atrevo a
reflexionar más a fondo sobre las consecuencias del 15-0 en España.
Considero
que el efecto que está teniendo el movimiento de los indignados en este país es
bastante ambivalente. No hay duda de que, dado que hay razones sustantivas para
protestar, el movimiento ha producido efectos positivos para la sociedad:
establecer un cauce para expresar el descontento, sacar de la pasividad a los
jóvenes, ojalá demostrar que todo eso se puede hacer por vías pacíficas. Pero
no todo son consecuencias positivas. Por un lado, está el problema de que se ha
abierto un cauce para expresar el malestar, pero las propuestas de recambio,
las alternativas, no son claras o peor aun juegan con fuego (como lo dejó muy
claro el ciudadano Antonio Banderas: una cosa es reformar la democracia y otra
hacer ensayos asamblearios, que ya nos costaron algunos talegazos).
Por
otro lado, es necesario examinar con coraje el efecto político inmediato. Como
han aceptado algunos mentores de Democracia Real Ya, el movimiento 15-M/15-0,
no tiene fácil desprenderse del síndrome del mayo francés del 68. Es decir,
para la gente de orden (y hay mucha más que indignados) estas manifestaciones y
acampadas son una muestra de debilidad del poder público. Y ya sabemos que eso
condujo en Francia a una votación masiva a favor del general De Gaulle. Pues
bien, no sé si exagero cuando creo percibir un miedo entre los pogres a decir
públicamente lo que algunos de ellos piensan: que una parte del aumento de la
intención de voto a favor del PP se debe al efecto sociopolítico que causa el
movimiento de los indignados. En breve, que un efecto involuntario del
15-M/15-0 es contribuir a la mayoría absoluta del PP en las próximas
elecciones. Eso puede gustarnos o no, pero es un fenómeno altamente probable y
las casas encuestadoras podrían medirlo en los próximos sondeos.
Así
las cosas, ¿qué hacer? ¿Deben los indignados quedarse quietos para no aumentar
el cauce electoral del PP? Obviamente no espero ninguna respuesta positiva al
respecto, pero ello no quita para que al menos sean conscientes de que no todo
lo que hacen es maravilloso y, por tanto, que es impensable que pueda tener
efecto negativo alguno. Porque la evidencia parece estar mostrando otra cosa y
eso es necesario admitirlo. Quizás así se consideren menos ungidos por la
Historia y mediten algo más la oportunidad política de sus acciones. ¡Qué
ilusiones me hago!