Raúl Heras
El club triste de los señores del ladrillo
lunes 17 de octubre de 2011, 08:48h
Si hubiera que ponerle música a la escena que cada día
representan los antiguos ricos y orgullosos "señores del ladrillo"
una más que posible sería la que da titulo a la última película de Alex de la
Iglesia, cantada en su día por Raphael: "Balada triste de trompeta".
Sobre el sonido metálico y vibrante del instrumento que hizo de Miles Davis un
mito sonaba y suena la voz del cantante jienense y estos versos:
Balada triste de trompeta
por un pasado que murió
y que llora
y que gime...
de un corazón desesperado.
La historia, esta historia de dioses caídos comienza de
verdad en 1996, en los estertores del último gobierno de Felipe González y el
primero de José María Aznar. Y tiene a su particular mago, al mejor de los Merlín
económicos de estos quince años, Rodrigo Rato, que supo poner en marcha al más
potente de los motores de la economía nacional desde hace cien años, el del denostado,
vituperado, atacado pero salvador y hacedor de milagros y desastres, el motor
del "ladrillo".
Durante dos meses, los que van de mediados de diciembre del
2004 a mediados de febrero del 2005, Luis del Rivero y Manuel Manrique - que
habían dejado a un lado a su socio José Manuel Loureda no demasiado conforme
con la estrategia de crecimiento de la compañía - soñaron con sentarse en el Consejo
de Administración del BBVA y, desde esa posición, arrebatarle la presidencia a
Francisco González. Fracasado el intento por el abandono de los apoyos vascos
con los que creían contar y por la astucia y fortaleza del financiero gallego,
se lanzaron a la compra masiva de acciones de Repsol, compañía en la que
Antoni Brufau, su presidente, contaba
con el apoyo mayoritario de La Caixa y de su ex compañero en la institución
financiera Isidre Fainé. El instrumento para ambas operaciones era Sacyr, una
de las grandes constructoras de España que, junto a su parte inmobiliaria, Vallehermoso,
representaba a la perfección la euforia y el poderío que emanaba del sector,
con crecimientos ininterrumpidos desde la llegada del PP de José María Aznar al
poder, ocho años antes, y que continuaba tras la inesperada victoria de José
Luís Rodríguez Zapatero con el PSOE en las dramáticas elecciones de marzo del
2004.
En ese selecto club todo se veía como posible. La marca
España funcionaba, el dinero europeo para infraestructuras firmado por Felipe
González en Edimburgo seguía llegando a manos llenas lo que permitía a nuestro
país crecer al 4 por ciento mientras que el resto de Europa apenas llegaba al
1,5 %, y si Sacyr quería controlar el BBVA con la ayuda imprescindible del por entonces
jefe de la Oficina económica del presidente del Gobierno, Miguel Sebastián,;
Ferrovial de la mano de su presidente, Rafael Del Pino, pasaba a controlar los
principales aeropuertos de Gran Bretaña,; OHL se dedicaba a expandirse por las
autopistas americanas guiada por Juan Miguel Vilar Mir; y FCC, más discreta
tras la separación amistosa de las hermanas Koplowitz buscaba nuevas vías e
negocio en el sector de la energía mientras "fusionaba" sus intereses
inmobilarios con los de Caja Madrid en Realia, liderada esta última por el ex
ministro Ignacio Bayón.
Mención aparte en ese tiempo y dentro del club de las
grandes empresas constructoras merecen ACS y Acciona. La primera, dirigida por
el mago de las fusiones y las relaciones públicas, Florentino Pérez y con
apellidos tan ilustres en su Consejo como los hermanos Carlos y Juan March, los
primos Alberto Alcocer y Alberto Cortina, Juan Abelló y Miguel Fluxá, obtenía
tras fusionarse con Dragados jugosas plusvalías con la venta de Unión Fenosa.
Luego, comenzaba a comprar acciones en la alemana Hochtief,
invertía en autopistas y energías renovables y se convertía en la segunda
constructora a nivel mundial, tan sólo por detrás de la francesa Vinci mientras
su presidente entraba y salía del Real Madrid y lograba para el club de fútbol dos
operaciones espectaculares: una, sobre la antigua Ciudad Deportiva y la construcción
de cuatro enorme rascacielos; y otra sobre el propio estadio y su ampliación en
el paseo madrileño de la Castellana.
La segunda, con varios cambios de nombre debidos a sucesivos
crecimientos de control empresarial hasta llegar al de Acciona, y realizado el
cambio en la presidencia de la compañía tras resolver los tímidos
enfrentamientos entre los primos José Manuel y Juan Entrecanales, conquistaba
el título español de plusvalías generadas en menor tiempo gracias a tres
operaciones financieras espectaculares: con su inversión en la antigua Airtel y
la venta de ésta a Vodafone obtenía más de 1.600 millones de euros, a los que
se sumaban los mil millones por la venta del 15% de su rival, FCC, y los 2.500 que
terminaría sacando por su retirada de Endesa tras lograr el control de la
eléctrica junto a Enel, su socio italiano tras el que aparecía la larga mano de
Silvio Berlusconi. En total y en siete años más de cinco mil millones de euros
que permitían a la compañía presentar una cuenta de resultados con un menor
endeudamiento que sus principales rivales.
Endeudamiento, una palabra maldita que de repente se hizo
muy presente en el llamado "club del ladrillo", ese restringido grupo
de las seis grandes constructoras que se permitía con la aquiescencia forzada
de bancos y cajas de ahorro de tener hasta hace unos meses una deuda de noventa
mil millones de euros, con Sacyr, ACS y Ferrovial a la cabeza y con OHL de
farolillo rojo. Deuda que si se suma a la que presentan las grandes
inmobiliarias, desde Martinsa-Fadesa a Colonial o Chamartín llevaría al
"ladrillo" español a tener en rojo en sus cuentas nada más y nada
menos que más de cien mil millones de euros, una cifra que no sólo ha acabado
con los sueños de sus presidentes y accionistas, también ha colocado al
conjunto del sistema financiero de nuestro país - y a una buena parte del
europeo - al borde del colapso, con cientos de miles de viviendas sin vender y
millones de metros cuadrados de suelo sin apenas valor.
De las alegrías de una década, la que va de 1996 a 2006, se
va a pasar en apenas dos años a las lágrimas, las tensiones y a una tristeza
desconocida por más crisis que haya atravesado el sector inmobiliario y más
crisis que hayan vivido sus principales protagonistas. De construir más de
seiscientas mil casas al año, con oficinas y centros comerciales inundando las
ciudades se va a pasar a cero o casi cero; de comprar y vender viviendas por
encima de los seiscientos mil euros se va a pasar a que apenas tengan mercado
las de carácter social o su equivalencia, por debajo de los doscientos mil euros.
Y además, por si faltara algo de pimienta a la crisis del sector, la competencia
entre los bancos y las inmobiliarias hace que los precios se derrumben con
descuentos que sobrepasan en muchas ocasiones el 50 por ciento del valor de
apenas dos años antes. Por no hablar del valor del suelo, la mayor parte ya en
los libros de contabilidad del sistema financiero y con provisiones obligadas
del Banco de España del 20% - lo que acentúa aún más la falta de liquidez del
sistema - que se desploma en aproximadamente un ochenta por ciento de media,
con millones de metros rústicos que aguantan créditos de miles d e millones de
euros y que tardarán más de veinte años en poder salir al mercado, si es que
alguna vez lo hacen.
Del desastre no se salva nadie y los que pueden buscan en el
exterior lo que ya no existe en España, sobre todo en la América hispana, desde
Panamá a Ecuador, México o Brasil. Si Fernando Martín hinchaba pecho tras la
compra de Fadesa en el otoño de 2006 por 4.045 millones de euros, apenas dos
años más tarde presentaba la mayor suspensión de pagos de la historia y con la certeza,
pese a las renovaciones conseguidas por un periodo de diez años, que la deuda
sería imposible de pagar salvo que se le condonara una parte sustancial de la
misma y se le rebajaran los intereses. Lo mismo, exactamente lo mismo, que le
ocurre a Rafael Santamaría en Reyal- Urbis, y que el propio presidente se ha
encargado de trasladar a los bancos acreedores en más de una ocasión en un
ejercicio de transparencia que le honra. Por no hablar de la actitud de Carlos
Cutilas en Chamartin y la venta de sus activos en Portugal, o las suspensiones
de Nozar y Rayet con la familia Nozaleda por un lado y Felix Abanades, por
otro, gestores que arriesgaron todo y que casi todo han perdido, llevados por
la fiebre del crecimiento, las inversiones cruzadas y las oportunidades que
parecían de oro y terminaron siendo de latón, como las de la firma Astroc, que representa
el mejor de los ejemplos de esa fiebre que arrastró a una gran parte del sector
y del sistema financiero.
Astroc pasó en menos de siete meses de valer seis euros la
acción a más de setenta. Allí quedaron enganchados familias y gentes tan
profesionales y "enteradas" como Alicia Koplowitz, Amancio Ortega y
una buena parte de los gurús de los fondos de inversión. El mago se llamaba y
se llama Enrique Bañuelos, un valenciano que hizo su fortuna inicial comprando
millones d metros cuadrados de terreno rústico que pasó a convertirse en
urbanizable. En apenas diez años montó una serie de sociedades que desembocaron
en Astroc y su salida a Bolsa en el año 2006 para revalorizarse más de mil doscientos
por cien y derrumbarse de forma estrepitosa unos meses más tarde, concretamente
en abril de 2.007, en el inicio del estallido de dos burbujas que iban a poner
al mundo al borde del desastre y cuyas consecuencias están más vigentes que
nunca, la inmobiliaria y la financiera, o al revés, que el resultado es el
mismo. Hoy, Enrique Bañuelos ha vuelto a la lista Forbes de los hombres más
ricos del mundo por sus actividades en Brasil, lugar en el que ha vuelto a
empezar haciendo lo que mejor sabe: comprar empresas en apuros pero con
millones de metros cuadrados de suelo en sus activos, a los que consigue
recalificar y poner en el mercado listos para edificar viviendas.
Aquí, en la dura España, algunos de sus antiguos socios y
sus competidores creaban el G-14, el club que debía favorecer o luchas por
favorecer sus intereses ante los gobiernos y los bancos. Otro desastre y otro
fracaso que sumar a los desastres y fracasos de los cuatro últimos años, pese a
que contrataran como "gerente" del club a un profesional tan
cualificado y relacionado como Pedro Pérez y tuvieran hilo directo con el
palacio de La
Moncloa y los despachos de Génova 13. El tsunami financiero
y empresarial es tan grande que todo lo arrolla a su paso y apenas deja en pie
a los más listos, más conservadores o más afortunados. Entre estos últimos hay
uno que brilla con luz propia: se llama Manuel Jove, es gallego, ya había
vivido tres crisis empresariales y se había arruinado otras tantas. Esta vez
tuvo la visión y la ocasión de vender Martinsa al hombre que estaba deseando comprar
para convertirse en el número uno y superar a su "mentor" en su llegada
a Madrid y que no era otro que Florentino Pérez. Se llamaba Fernando Martín,
era y es un trabajador incansable. Pasó por la presidencia del Real Madrid de
forma fugaz tras no tomarse en serio a los duros y voraces tiburones que
formaban parte de la dirección del club y que se sentaban cada quince días en
el palco deportivo más influyente de España. Ahora se está peleando en los
juzgados con el empresario gallego al que acusa de haberle engañado en las
valoraciones de Fadesa y de sus activos. Así está ese patio en el que todos han
perdido.