El retrato de Manuel Marín
jueves 22 de septiembre de 2011, 09:39h
Manuel Marín se ha
encargado un retrato fotográfico de 10.000
euros para adornar el Congreso de los Diputados, si acaso el verbo es
correcto para tal posado en tal destino. El encargo a Cristina García Rodero,
estupenda fotógrafa e involuntaria musa de esa gauche divine tan
previsiblemente ágrafa y conservadora, va a contradecir la apasionante
costumbre de inmortalizar a todos los ex presidentes de la Cámara Baja con un
cuadro al óleo: aunque predomina el realismo, el mero encargo sin pudor
convierte cada obra, y la galería en su conjunto, en un sucedáneo cutre de la
pintura del llamado grupo
Puteaux: aquellos disidentes del dadaísmo original, tan pijos y
burgueses como ellos, que se veían a sí mismos bajando una escalera en pelotas
donde el resto sólo veíamos un montón de pintarrajos.
Puede que en el ánimo reformista de Marín haya
pesado más un cierto esnobismo vintage, pues nada hay más viejo que un
antiguo haciéndose el moderno. O, por contra, un irrefrenable impulso
ahorrador, pues es probable que el innovador retrato cueste hasta ocho veces
menos que el vetusto cuadro para el erario público.
En todo caso, y sea cual sea el móvil, la moraleja es la
misma: frente a la pose progresista y el discurso público; irrumpe en
privado el personaje real: el que se encarga una foto de sí mismo por un
pastizal, el que viaja en coche oficial desde hace 30 años, el que posee la
fórmula mágica para que media familia nunca carezca de empleo en este triste
páramo del paro, el que trabaja en una empresa favorecida por el Gobierno que sube
la luz a las familias en plena crisis y el que, como diría Sartre,
prueba que al final sólo somos lo que hacemos.
No es único, ni tal vez el peor, pero sí simboliza como
pocos otros la antítesis entre lo que predica y lo que en realidad practica
este tipo de políticos que padecemos. Eso sí, que nadie duda de que la foto
ecuestre, a caballo de la gleba y del buen gusto, constituye un ahorro: cuando
un progresista de toda la vida se pone austero, es bien capaz de decirle
a la chacha que sólo venga a casa tres días por semana.
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