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Ausencia estratégica

Ausencia estratégica

lunes 29 de agosto de 2011, 08:45h
¿Cuáles son las diferencias de fondo entre las propuestas políticas de Alfonsín, Duhalde y Binner? Más aún: ¿existe una diferencia de fondo entre estas tres alternativas y la ofrecida por el oficialismo? La pregunta no es vana. Si llegáramos a la conclusión de que esas diferencias de fondo no existen, nos encontraríamos quizás sin haberlo advertido, en un país que habría encontrado los fundamentos de su consenso nacional. No tendría mucho sentido subir en forma tan ruidosa el volumen de los enfrentamientos. Sólo matices...  Hace varios meses que venimos predicando la necesidad de encontrar caminos de confluencia entre las principales fuerzas opositoras. No, seguramente, para “cambiar el modelo”, cosa que evidentemente no es el reclamo ni la aspiración de la dirigencia no oficialista, sino aunque más no sea para dar equilibrio a una democracia castrada por la concentración de poder y la reducción de los espacios de los derechos ciudadanos. ¿No será eso lo que advirtió el electorado en las elecciones pasadas? Los temas polémicos –confiscación de ahorros previsionales, estatización de Aerolíneas, Fútbol para todos, liquidación de las reservas del Banco Central, intervención discrecional del Estado en la economía, visión chauvinista del escenario global- mostraron diferencias de matices, pero no de fondo entre los candidatos opositores. Quien esto escribe, que votó y votará al radicalismo por viejas lealtades dictadas por recuerdos cada vez más esfumados, no lo hizo alegre sino resignado. Su principal motivo fue la convicción de que sigue siendo una fuerza honesta y democrática y su candidato, un hombre de bien. Tan sólo Elisa Carrió tomó distancia del “discurso único”. No le fue bien, aunque no está dicho que su derrumbe electoral se debiera a su discurso, sino que tuvo que ver más bien con su estilo personal de conducción, seguramente determinado por su necesidad de ser nítida al momento de fundar un movimiento nuevo. Así, en su tiempo, le ocurrió a Leandro Alem, quien sucumbió frente a “la montaña”, como precio  de que  el partido que fundó llegare a ser el más longevo de la historia nacional. Volvamos al análisis. Si fuera cierto que el electorado percibió una identidad de fondo en los mensajes propuestos, más allá de los “matices” –que algunos consideran legítimamente importantes, aunque no así el ciudadano promedio-, el voto al oficialismo es casi natural. En efecto: no puede negarse que los aspectos más criticables del kirchnerismo –violencia verbal, ataques desmedidos a la oposición, autoritarismo desbordado- han sido reemplazados luego de la muerte de Kirchner por modales más suaves, que aún sin abandonar su derroche de soberbia y corrupción, perdieron esa impronta visceral de los tiempos iniciales. Quien lo juzgue mal diría que ha ido abandonando el cinismo para reemplazarlo por la hipocresía. Quien lo juzgue bien, diría que está reemplazando la guerra por la política. Tanto en uno como en otro caso, es un avance. La oposición, mientras, no ofrece una imagen nítida del rumbo alternativo, y tampoco de su capacidad de conducción. No sólo se muestra incapaz de detectar consensos, que los hay y muchos entre las principales opciones, sino que sus rutas han sido un torneo de demolición de sus propios espacios, en ejercicios paralelos de caminos destructivos. Ofrecen gestionar el mismo “modelo”, pero no han sido exitosos en construir una imagen de gobernabilidad que sea percibida por los ciudadanos como superior a la del oficialismo.  Sería aventurado y seguramente injusto desparramar ligeramente causas únicas, al estilo de “ambiciones personales”, “sectarismos ideológicos”, “desinterés por la agenda ciudadana”, “veleidades de liderazgos” u otras similares. Sea cuales fueran las causas, los resultados están a la vista. Desde esta columna hace años venimos insistiendo en la percepción de cambio de época, que comenzó en la crisis del cambio de siglo y eclosionó nuevamente en 2008. Ese cambio de época tiene características estratégicas, que no alcanzan a ser contenidas hoy por ninguna oferta política, aunque se insinúa en todas, aún en sectores del oficialismo. Quizás la que más se le acerque, en forma espontánea y asistemática, sea el PRO. Su nota diferenciadora es la reivindicación del protagonismo del hombre común, su celosa defensa de la libertad personal, su desconfianza a los relatos totalizadores, su visión cosmopolita y su búsqueda pragmática de espacios que mejor permitan, al decir del neomarxista Ulrich Beck, dar “soluciones biográficas a las contradicciones sistémicas”. También sería aventurado sostener si el partido de Mauricio Macri corporiza este camino de modernización adecuado al cambio de época en forma consciente, o simplemente se encontró con ese espacio y lo utilizó con encomiable habilidad, tema no menor de cara a la permanencia y consolidación de esa fuerza en el tiempo. Es lo único diferente, junto con la Coalición Cívica, que está atravesando este inesperado  proceso de cambio de conducción, del que, si sobrevive, posiblemente salga fortalecida. Ambas son las alternativas opositoras que hubieran podido entusiasmar con un camino novedoso. Una no estuvo en la grilla por decisión propia y la otra por el desgaste político de su principal dirigente y fundadora, cuya eclipsante presencia impide la visualización real del su crecimiento cualitativo. La tercera fuente natural de dirigencias alternativas, el radicalismo, demolió cuidadosamente en su proceso interno a sus dirigentes con capacidad de interpretación de los nuevos tiempos. Sería saludable que su reconstrucción se produzca en sintonía con los reclamos de modernización de la agenda, el discurso, el proyecto y la práctica, para participar de pleno derecho en la nueva etapa. La Argentina moderna, limpia y transparente, abierta y plural, respetuosa de sus ciudadanos, inserta en las corrientes mundiales de inversión, comercio, tecnología,  globalización democrática y construcción de una convivencia global con instituciones basada en la ley y el protagonismo de las personas comunes, la vigencia universal de los derechos humanos y la solidaridad con las personas que luchan por salirse de dictaduras inhumanas, no está presente con nitidez en este proceso electoral.  No hay entre nosotros un Ricardo Lagos, un Fernando Henrique Cardoso, una Bachelet, un Tabaré. Ni un Lula, ni un Mujica. Y para la Argentina vieja, corporativa, cerrada, corrupta, autoritaria, clientelar, intolerante y prebendaria,  es decir la Argentina del “modelo” que persistirá mientras existan rentas ajenas para confiscar, la sociedad está entendiendo, seguramente con razón, que su mejor alternativa de conducción es la que ofrece el oficialismo. Ricardo Lafferriere
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