Cuenta atrás electoral. La peligrosa caída de Obama
lunes 22 de agosto de 2011, 13:47h
Lo que hasta hace un par de semanas parecía impensable, se va imponiendo ahora en la conciencia política de Estados Unidos: el presidente recibido con tales expectativas que se vio obligado a advertir "yo no nací en un pesebre", se ha vuelto tan vulnerable que podría perder la reelección el año próximo.
El peligro en que se halla Barack Obama de convertirse en el primer presidente no reelegido de los últimos 20 años viene indicado tanto por las encuestas como por las críticas que recibe de propios y ajenos: sus cotas de popularidad son las más bajas de la postguerra, a excepción del presidente Carter y desde su propio Partido Demócrata le llegan quejas cada día más amargas.
Según la empresa demoscópica Gallup, Obama llegó en la segunda semana de agosto al índice más bajo de favor popular, con el 39% y peligrosamente cerca del 36% de Jimmy Carter en ese momento de su mandato y pocos días más tarde llegó a la cota del 40% en un promedio de varias mediciones, igualmente más bajo que sus recientes predecesores, Carter aparte.
Pero aún puede tener esperanzas porque el afecto público es voluble: el primer presidente George Bush, que parecía que iba a comerse el mundo en aquel momento de su mandato, con el 71% de aprobación, tuvo que ceder la Oficina Oval a Bill Clinton cuando perdió el favor popular y bajó, poco antes de las elecciones, a tan sólo el 34%.
El declive de la popularidad de Obama es el resultado de una erosión constante, producida por el deterioro económico y la impaciencia popular ante una recuperación que no acaba de llegar o no es lo suficientemente fuerte como para reanimar el mercado inmobiliario o para crear nuevos empleos: según las cifras oficiales, el paro en Estados Unidos es del 9,1% y, según otros cálculos, sería del 18% si uno incluyera a los que se ven forzados a una jornada parcial y a los que ni se registran en las listas de parados porque han perdido la esperanza de colocarse.
Es prácticamente imposible que ningún presidente sea visto favorablemente cuando la economía no funciona, pero en el caso de Obama se añade la irritación de sus correligionarios, que se sienten defraudados porque no ha porque no ha cumplido a rajatabla con su credo -que era lo que tanto esperaban- y le acusan de haber cedido demasiado ante las exigencias republicanas, sin recibir nada a cambio. Tal vez esto haya motivado la multiplicación de candidatos republicanos, un campo en el que hay por lo menos nueve aspirantes y al que aún se podrían añadir por lo menos otros dos bien conocidos, como el ex alcalde de Nueva York Rudolf Giuliani y la ex candidata a vicepresidente Sarah Palin.
Una comparación con anteriores presidentes muestra el peligro en que se halla Obama, pero también indica que todavía tiene muchas posibilidades: a estas alturas de su mandato, el presidente Reagan, reelegido en una ola de frenesí popular 15 meses más tarde, tan solo tenía el 43% de apoyo y Bill Clinton no andaba mucho mejor con el 46%. Especialmente porque tanto uno como otro demostraron la posibilidad de recuperarse: Al año siguiente, en vísperas de las elecciones, Reagan tenía el favor del 58% y Clinton del 54%. Carter, en cambio, siguió descendiendo hasta el 31% en el mes anterior a los comicios.
Obama puede todavía contar con la fuerza del dinero, que entra abundantemente en sus cofres y que, igual que en las guerras, es imprescindible para ganar elecciones. Si hace cuatro años acumuló 745 millones de dólares, ahora va camino de alcanzar los mil millones, algo para lo que se aplican intensamente él y sus colaboradores: lleva cerca de 130 actos para captar fondos, casi el doble de los celebrados por su predecesor George W. Bush.
El dinero es ciertamente muy importante, casi imprescindible, para una campaña victoriosa. Pero no es suficiente si el mercado laboral no mejora y la gente ve sus ahorros menguados en las constantes bajadas de las bolsas de valores.