lunes 18 de abril de 2011, 22:38h
“De la misma manera que es de buena educación no acudir donde no se te invita, parece de sentido común no debatir con quien te descalifica”. Con estas palabras de Juan Vicente Herrera, recogidas en la edición de El Norte de Castilla del domingo, queda claro que no habrá un debate entre los candidatos popular y socialista en las elecciones autonómicas.
La respuesta del presidente de la Junta, y estas palabras solo eran el inicio, ponen de manifiesto un desencuentro que demuestra una vez más que la política es casi siempre un fiel reflejo de la vida cotidiana, con la única diferencia de que las discrepancias entre ciudadanos anónimos en su esfera privada carecen de interés para los lectores y no aparecen reproducidas en los periódicos como las de los personajes públicos. Ser político, como se ve, tiene sus pequeños inconvenientes. Ser de a pie, sus pequeñas ventajas.
La otra cuestión, sin embargo, la de no acudir a aquellos lugares donde no se le invita a uno, tiene también su interés, tal vez más, pero por razones ajenas a los ámbitos político y electoral, ya que afecta cotidianamente a.las relaciones sociales de todo el mundo.
Usted no se presenta donde no ha sido invitado porque, efectivamente, no es de buena educación ni tampoco resulta de sentido común apalancarse por arte de birlibirloque en un lugar y empezar a departir amigablemente con los asistentes, tras arrancar con un razonable “buenos días” o un, hasta cierto punto, improcedente “¿Qué tal chicos?”. No tiene mucha justificación, la verdad. Por cualquiera de esas dos razones, indistintamente, no aparece usted donde no debe, en una boda, en una reunión, en un acto público, en un acto privado, en un congreso, en la barra de la cafetería donde un conocido suyo está en ronda, o en aquel lugar donde ya le han dejado claro de maneras muy diferentes, y a veces hasta divertidas, que estorba tres puntos por encima de bastante y uno por debajo de mucho. No es apropiado.
Otra cuestión muy diferente es si le llega a usted una invitación, gesto que en el fondo no es más que una suerte de puente para acceder a un acontecimiento cualquiera que se encuentra en la orilla opuesta a la suya y cuyos pilares se sustentan en un papel, en una tarjeta, en una llamada de teléfono, en un “os esperamos” o en cualquier fórmula parecida. Si eso ocurre, tiene usted un camino abierto para optar entre asistir o disculpar su ausencia, agradeciéndolo en ambos casos.
Naturalmente, cuando no hay puente, las únicas opciones para alcanzar la orilla contraria son las de nadar o montar en una barca, pero no parece razonable hacer esfuerzos de esa índole, tal como aconsejan la buena educación y el sentido común. Y si para colmo pueden contemplarse despojos de pilares emergiendo en el agua, dinamitados con algunas que otras descalificaciones, la solución es más sencilla todavía. En este caso, el sentido común aconseja, además, girar 180 grados y, con toda la naturalidad, limitarse a pensar en otros asuntos.
Antonio Álamo. Periodista.