20 fueron los balazos que acabaron con la vida del ministro paquistaní de Minorías,
Shahbaz Bhatti, único miembro cristiano del Gobierno, crítico con las leyes antiblasfemia y partidario de su modificación, cuando fue asesinado en los primeros días de este mismo mes de marzo en Islamabad.
Unos meses antes, en la última noche de 2010, En Egipto, un atentado dejó 21 muertos y 79 heridos frente a una iglesia copta de Alejandría, dos meses después de las amenazas de Al Qaeda contra la comunidad cristiana egipcia.
También a mediados de noviembre del año pasado, tuvo lugar en Bagdad otra matanza contra cristianos en plena misa, que fue efectuada por un comando de Al Qaeda en la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, donde murieron 44 fieles y dos sacerdotes. Pero eso no fue todo porque, unos días después, 13 bombas y dos obuses de mortero se lanzaron contra casas y negocios pertenecientes a cristianos, que dejaron en total seis muertos y 33 heridos.
En Pakistán y, por esas mismas fechas, en todo el mundo se siguió con interés el caso de una mujer cristiana,
Asia Bibi, que había sido condenada a morir en la horca por un supuesto delito de blasfemia contra el profeta
Mahoma. Y un asunto menos “mediático” que éste, había tenido también lugar unos meses antes, en verano, después de las graves inundaciones que asolaron ese país. En ese momento, los cristianos fueron tratados como ciudadanos de segunda y se les negó la ayuda por el simple hecho de serlo. Las autoridades locales les exigían que se convirtiesen al islam si querían recibir comida y ayuda. El hecho afectaba a centenares de familias pakistaníes cristianas en situación de necesidad extrema.
¿Episodios aislados?
No parece,pues, aventurado suponer que todos estos hechos no son episodios
aislados como atestigua un documento tan serio como el Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo 2010, elaborado por Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN), una institución católica que hablaba de que en los dos últimos años se han producido episodios de intolerancia social o legal contra la libertad religiosa en otros países como Bangladesh, China, Eritrea, India, Indonesia, Nigeria, Sudán o Uzbekistán.
El texto del informe recorre la realidad de ciento noventa y cuatro países y realiza una breve descripción del marco legal e institucional que regula la libertad religiosa y apunta la mejora o el retroceso experimentado en estos países en los dos últimos años. El análisis de cada país incluye también el desarrollo de la situación de la Iglesia Católica local y de sus creyentes; la situación del resto de confesiones cristianas, de otras religiones monoteístas (judaísmo e islamismo), así como de las demás religiones, creencias, comunidades y agrupaciones religiosas.
Los países donde se experimenta una mayor hostilidad a la práctica de la religión en libertad –concluye también el informe- son aquellos en los que crece con mayor rapidez y virulencia el extremismo religioso, especialmente el islámico.
La parte y el todo
Las conclusiones de este reciente informe son tan claras como necesarias y valientes. Con ello no se está sojuzgando a toda una comunidad de creyentes musulmanes que, en su inmensa mayoría, reprueba esos actos de crueldad y barbarie contra los cristianos. Ni mucho menos, pero tampoco puede dejar de advertirse una tendencia tan patente como la apuntada.
Como tampoco puede dejar de subrayarse la tímida y “políticamente correcta” reacción de los gobiernos occidentales contra actos de esta naturaleza. Ni de anotar también que, en buena parte del civilizado Occidente, aunque de forma mucho más suave , pero igualmente denunciable, se asiste con demasiada frecuencia a la exclusión, ridiculización o parodia de todo lo que huela a cristiano. ¿No es ésta una forma de desconocimiento cuando no de negación de las mismas esencias de la civilización que ha sido posible gracias a los conceptos , los valores y las prácticas cristianas?
Lo he dicho recientemente en un libro que habla precisamente sobre Dios en nuestros días (“Dios, ahora”. Imagine Ediciones, Madrid, 2010), y de una forma ecléctica y no exclusiva para ninguna de las más extendidas visiones que hoy se tienen de él (hinduismo, budismo, judaísmo, cristianismo e islamismo): la coexistencia pacífica es el último signo que puede alumbrar la ceguera de aquellos que no comparten la idea de Dios. El diálogo, la comprensión y el respeto mutuos, entre todas las religiones y en todo momento y lugar, han de ser constantes para que todos sepamos de todos. Pero, al mismo tiempo, para que nadie intente imponer por la fuerza nada a nadie.