Pasadas unas horas tras la entrega de los Goya, anoche, en el Teatro Real de Madrid, se impone una reflexión sobre el cine español: el gran fracaso de la cultura de masas en nuestro país. Y prueba de ello es que el año pasado la recaudación en taquilla de las cintas españolas cayó en un 33 por ciento, al tiempo que se perdieron casi 7 millones de espectadores, todo ello con respecto al ejercicio anterior. Si añadimos que el cine español recibió 89 millones de euros en ayudas y subvenciones, y sólo recaudó 69 millones, la quiebra es una evidencia.
Ya pueden los cómicos reír por no llorar en ceremonias como la de anoche, o imitar ingenuamente el 'glamour' de los Oscar, o encomendarse a san
Luis Buñuel o a la ministra y cineasta
Ángeles González-Sinde, que el fracaso está servido. El asunto
viene de atrás, es cierto, y ya en los años sesenta del pasado siglo se celebró un congreso en Salamanca para diagnosticar los males del cine español, y desde entonces, y salvo honrosas y contadas excepciones, las cosas han ido a peor, y la invasión del cine norteamericano (del país que tanto aborrecían los intelectuales de entonces) se ha consolidado de forma abrumadora.
El cine español ha pasado de ser una fábrica de sueños a ser una factoría de pesadillas, de espaldas a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Se dice en el sector que, si no eres de la cuerda del Gobierno, no te dan ni agua, y que si les ríes las gracias “a los de la ceja” te subvencionan hasta guiones que jamás llegan a las pantallas. Desde el Partido Popular se anuncia que, si llegan a La Moncloa, eliminarán las subvenciones al cine, y han adelantado una reflexión inquietante: una película es buena o es mala según lo que recaude.
Es cierto que en España hay buenos guionistas, directores de mérito, actores con oficio, pero sus producciones no llegan a los ciudadanos, y algo está fallando. Quizá se deba a que el talento no se compra con dinero, y a que las banderías políticas dentro del “séptimo arte” en nuestro país le han hecho -y le siguen haciendo- un gravísimo daño al cine español, del que se habla más por los enfrentamientos y la “caza de brujas” que por la calidad y la brillantez de sus productos.
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