Durante los siglos III y IV después de Cristo, un pueblo nómada y extremadamente agresivo, los hunos, realizaron incursiones en el Imperio romano con tal violencia que, prácticamente, pusieron a Roma y a Bizancio -las dos capitales claves del imperio- al borde de la destrucción.
A los hunos no se les recuerda precisamente por sus logros culturales, sino por sus hazañas guerreras y, a estas alturas de la historia, seguro que a aquellos legendarios luchadores venidos del extremo oriente, poco les hubiera importado que los habitantes de todos los pueblos que iban arrasando a su paso, les quitaran la “H” a la hora de referirse a ellos, a los invasores.
Bárbaros equívocos
Algo parecido debe de sucederle a buena parte de nuestros universitarios, quienes no consideran tampoco muy importante una letra como esa, la “h”, que, en general, no suena y que, sin embargo y precisamente por ello, es causa de frecuentes y bárbaros equívocos. Díganme, si no, qué es añadirle esta letra a la preposición “A” (”Sí, es cierto, ayer nos fuimos ha comprar” repetía en dos párrafos distintos, un amigo en un e-mail que me mandaba) o robársela al término “hemiciclo” (”no he pisado jamás el emiciclo”, me escribía otro, hace algún tiempo, y con la misma condición de universitario que el anterior).
En 2007, según un estudio realizado por el Ministerio de Cultura, el 22% de los universitarios no leía nunca un libro. Esta es una cifra que varía ligeramente según la fuente consultada. Por ejemplo, la Fundación BBVA estima que el 13% de ese grupo de población no leyó ningún libro durante el último año y el 18%, de uno a dos. En cualquier caso, ni unas ni otras son cifras alentadoras o que muevan al optimismo en lo que se refiere al interés cultural de nuestros hombres y mujeres universitarios.
San Juan de la Cruz, el que pasa por ser patrono de los poetas españoles desde 1952, y a quien deberían haber leído estos universitarios, en sus ya lejanos tiempos de bachilleres, dijo alguna vez aquello de ”buscad leyendo y hallaréis meditando”.
Para el santo y poeta español, la base del pensamiento hay que buscarla en la lectura. Y, si esto es así, no es aventurado concluir en que éste brilla por su ausencia entre aquellos a quienes tanto les da ser descendientes de los pobladores de Hispania, o hispanos –con o sin h- y que, por tanto, consideren una cuestión baladí que el gentilicio de nuestros ancestros llevase o no incorporada una letra tan prescindible. Justamente, por esta razón, propongo rebautizarlos con esa hache que tanto desprecian, porque, al fin y al cabo, a ellos les va a seguir sonando igual: (h)universitarios.
Al fin y al cabo, van a tener razón aquellos que afirman que lo único que en nuestro país se puede asegurar de alguien que posee un título universitario es solamente eso, que tiene un título universitario. Cualquier otra presunción puede ser falsa y, posiblemente, osada. Uno (sin h), al menos, así lo piensa también.