Hace muchos años que dejé de fumar. Reconozco que me molesta el humo, pero, pese a ello, ni soy intransigente con los fumadores, ni tengo intención de denunciar a quienes vea fumar en lugares ahora prohibidos porque de hacerlo -al dictado de la invitación de la señora Pajín, a la sazón, ministra de Sanidad-, habría optado por una conducta que, a mi juicio, resulta abyecta. Hablo de los delatores.
Denuncias y, encima, anónimas. ¡Qué barbaridad!
Parece mentira que quien lleva años dentro del PSOE queriendo proyectar una imagen acorde -se suponía-, con las ideas tolerantes de las nuevas generaciones, se haya descolgado con semejante resabio inquisitorial. No sé si sabe la señora ministra que de secundar su invitación a denunciar inquisitorialmente a quienes fuman o permiten fumar en lugares ahora prohibidos sería tanto como resucitar la tenebrosa práctica veneciana de la "Boca di leone". Denuncias anónimas que antaño arruinaron famas y vidas y que, de llevarse a la práctica ogaño, darían pie a no pocos procedimientos inducidos por la mala fe, cuando no la venganza o la simple mala leche que tantas veces aflora entre españoles en según qué circunstancias.
Deje en paz la señora Pajín al personal con sus recomendaciones y apostillas a propósito de un ley que, más allá de su última justificación, está claro que divide al personal. ¿Delatores? No, gracias. Al final, resulta que el talante era esto.
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