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El compromiso de escribir

El compromiso de escribir

martes 12 de octubre de 2010, 19:38h
Aparte de los inevitables cuestionamientos a los criterios de selección para la concesión de los Premios Nobel de Literatura a lo largo de más de 100 años, la elección de Mario Vargas Llosa es un motivo de júbilo. Este júbilo tiene que ver con dos temas: el uno, la reivindicación de la tarea de escribir y, el otro, la vigencia de la lengua castellana. Ambos son a la vez, como he dicho, motivo de júbilo pero también de reflexión.

La juventud tanto biográfica como de narrador de Mario Vargas Llosa se desarrolló en la época histórica de lo que se llamó el "intelectual comprometido". No solo era la influencia de Jean-Paul Sartre, principal pero no único exponente de esa corriente, sino el impacto en América Latina del triunfo de la Revolución cubana, que permitió pensar en los primeros años que era posible el diálogo permanente del intelectual y del revolucionario. Así, los primeros números de la famosa revista Casa de las Américas mostraban en su Consejo Editorial y en su lista de colaboradores lo más granado pero también lo más diverso del pensamiento occidental. Se podía ser revolucionario, se decía y se repetía en esa época, y gustar o hacer poesía o narrativa de calidad. La verdad artística y la verdad de la historia coincidían.

Duró poco esa ilusión. En el caso de Vargas Llosa, se menciona como hecho puntual la carta del año 1971, firmada junto con extraordinarios escritores como Carlos Monsiváis, Italo Calvino, Juan Rulfo y Jorge Semprún por citar algunos, criticando acerbamente el "proceso" contra el poeta cubano Heberto Padilla, que terminó con su autocrítica en el más puro sabor estalinista de los años treinta. Pero hubo algo más.

En realidad, lo que estos escritores cuestionaban era la imposición de una filosofía de la historia que terminaba promoviendo la sumisión en nombre del futuro y que exigía, contra la razón, la sujeción sin discusión a unas metas de la historia definidas por seres humanos.

Vargas Llosa, en esos años extremos, se reafirmó en la vocación de escritor que entrevió desde su adolescencia. Obsesivamente, volvió a asumir, frente a los azares y miserias de la historia, su universo narrativo. Ni la fama de la que ya gozaba en las últimas décadas del siglo pasado ni la fugaz competencia por la Presidencia de su país le apartaron de esta vocación primera. A ese universo de ficción al que ha dedicado la mayor parte de su vida biológica, es al que el Premio Nobel de Literatura honra.

El segundo tiene que ver con la vigencia de nuestra lengua. El trabajo de Vargas Llosa con la literatura universal pero sobre todo con los clásicos de la cultura española es impresionante en una época en la que los jóvenes escritores están potenciados pero también asediados por la tecnología. Narrar una historia es más complejo que vivirla. Para ello, se requiere un enorme esfuerzo, un trabajo disciplinado, una pasión por descifrar el misterio de existir y una extraordinaria lucidez para entender que nunca podrá hacerlo. Las historias que dan cuenta de este esfuerzo sin par son por supuesto ficciones.


alandazu@hoy.com.ec
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