El santuario natural y ecológico fue levantado en 1988 por el arquitecto
Hans Roth, uno de los más importantes restauradores de las iglesias misionales, respondiendo a una solicitud del municipio para que se recordara de algún modo, la tragedia de una noche de 1979. Llevaba lloviendo ininterrumpidamente desde hacía veinte horas. Con los arroyos desbordados, el turbión arrancó de cuajo el puente del ferrocarril justo en el momento en el que iniciaba su paso por el mismo, un tren de pasajeros. Milagrosamente nadie murió en aquel accidente, a pesar de que la primera unidad del convoy quedó colgando en el vacío. En cualquier caso, a lo largo de aquella jornada las lluvias produjeron la muerte de dieciséis personas en la zona.
Que se salvaran los viajeros del tren fue debido, según opinión generalizada de los vecinos, a la intervención de la Virgen de la Asunta, “nuestra” Virgen de la Asunción, por la que en Chochis sentían y siguen sintiendo especial veneración.
Unos años después, en 1988 quisieron conmemorar aquel milagro con la construcción de un templo dedicado a la Asunta y en el que quedaran reflejados los sucesos trágicos vividos en el puente del ferrocarril. Un templo que, además, estuviera en la línea arquitectónica de las misiones jesuíticas del siglo XVIII. Como ha quedado dicho, el arquitecto encargado del proyecto fue Hans Roth.
Se hizo el templo y se quiso dar importancia primordial a la madera y a los trabajos de grabación y esculturas con el mismo material. El resultado ha sido sorprendente. Es un edificio de hoy, pero que no choca ni con el paisaje que le rodea, al pie de la inmensa mole de El Portón, ni rompe con la tradicional arquitectura religiosa de la Chiquitania.
Da gusto pasear por las galerías exteriores con columnas de madera, talladas casi todas, por el artista local
César Lara. También hay obra de la francesa
Catherine Pheret. Sorprende la puerta giratoria de cuatro metros, también de madera tallada, la mano de Dios, en el centro de la techumbre; las columnas de seis vigas con ángeles que tocan los instrumentos autóctonos de Bolivia, etc. Y en el exterior, también en madera, la historia de aquella noche trágica de 1979, contada con sencillez pero muy gráficamente.
Un templo que nada tiene que ver con la obra misional jesuítica, pero que es necesario conocer.