Todos están montados sobre lealtades efímeras y precarias
En días recientes el "Biography Channel" presentó la vida y caída de Nicolás y Elena Ceacescu en Rumanía. Cuando se observa el tribunal que manda a fusilar al dúo diabólico, surge la pregunta: ¿Y dónde estaban todos esos militares y magistrados la semana antes de aquel desenlace?
Resulta que una de las más duras realidades que afronta un gobierno de fuerza es que todos -sin excepción- están montados sobre lealtades efímeras y precarias.
Todo régimen totalitario cuenta con flamantes parlamentos, jueces, y oficialidades militares a los que rara vez se les ven las caras salvo en actitudes de adoración hacia el Jefe. Todo lo que ve el público es la jeta del Führer, Duce, o Máximo Líder, que suplanta los rostros, mentes y conciencias de sus adláteres.
La aberración se hace transparente cuando esos sistemas concurren a elecciones. Los adeptos casi nunca saben por quiénes están votando. Sus listas quedan integradas por una masa informe y casi anónima de sirvientes que le permite al Amo ocupar el espacio que debió pertenecer a sus rostros y ejecutorias.
Abyectamente prestan sus nombres de relleno, para dar un barniz democrático al total sometimiento a la voluntad del Líder Único.
Cuando un gobierno combina el uso irrestricto de los fondos del Estado con políticas de represalia e intimidación para asegurar "mayorías", es costumbre decir que los serviles están "comprados" o "vendidos" a la plata y prebendas que derrocha el patrón.
Pero a la larga resulta que toda aquella mazamorra de secuaces está integrada por individuos, y que en el fondo cada uno de ellos tiene su corazoncito.
Un ser humano jamás se "vende": a lo sumo se alquila, por plazo indeterminado: hasta un día.
El tirano puede rellenar todos los cargos con un rebaño sumiso -por ahora. Pero lo que no puede prever son las volteretas de cada "corazoncito" individual. Allí pueden estar las semillas de un dramático o sorpresivo desenlace final.
Por un lado es sabido y comprobado que quien se alquila una, se alquila mil veces. Adicionalmente, en ambientes de coacción y terror, más de uno espera el momento oportuno para recobrar la dignidad perdida. Encima de todo eso, muchos otros buscan el momento de hacerse perdonar por lo que viene después. A la hora de las chiquitas más de uno dentro de todo ese rebaño sin rostro termina protagonizando el viejo mensaje del político que exhortaba a sus seguidores: "Cójanle al Gobierno todo lo que les reparta, pero al final voten con nosotros". Por algo es políticamente inmortal aquella última pregunta de Julio César: "¿Et tu, Brutus?".
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