Políticos con parpusa y safo
miércoles 16 de mayo de 2007, 12:58h
Cada cuatro años coinciden la fiestas de San Isidro con la campaña electoral, y entonces los candidatos se apuntan al costumbrismo y las tradiciones castizas, por muy alejados que se sientan fuera de tiempo electoral. El día del patrón, el martes, los políticos se lanzaron a la pradera, disfrazados, bien digo, disfrazados que no vestidos, con los trajes típicos del madrileñismo. Allí se plantaron ellas, con sus vestidos de chulaponas, ceñidos a la cintura y amplios sobre las tobilleras; pañoleta o mantón sobre los hombros, y tocadas con pañuelo a la cabeza y clavel rojo reventón sobre la frente; ellos, con safo y parpusa. Todos, a la caza del voto en la pradera del santo, después de beber el agua milagrosa de la fuente de la ermita, que aún no siendo creyente y militando en el agnosticismo puro, un traguito al año no hace daño, y si surge el milagro en las urnas, bienvenido sea.
Estaban en la pradera, compartiendo suelo y mantel con los madrileños, con las agrupaciones castizas, los candidatos. El alcalde, Ruíz Gallardón, fue muy de mañanita, como iban los antiguos romeros; no se vistió de castizo, porque esas cosas le dan alergia y no son buenas para su reputada fama de persona progresista al que el casticismo le huele a rancio. Y allí estuvo su rival directo a la alcaldía, Miguel Sebastián, vestido, supongo que por primera, y quien sabe si por última vez, de pichi, de manolo, de chispero, y claro le sentaba el traje como al santo Job un ataque de nervios. Se le veía poco metido en su papel de madrileño postinero, pero es que llegado el momento de campaña, si hay que ponerse mantilla y peineta, se la pone uno, por si cae el voto. De parecida guisa se presentó en la pradera, Rafael Simancas, que más que un julián verbenero, cajista de imprenta, conquistador de modistillas, parecía un barquillero, casi un muñeco madrileño de souvenir para guiris, y es que el hábito no siempre hace al monje, y además Simancas se atrevió a marcarse un chotís, con más pena que gloria, pero con mucha voluntad.
Esperanza Aguirre apareció en la pradera vestida de revoltosa, aunque sin pañuelo ni clavel, y siendo madrileña de armas tomar, tampoco se la veía en plan auténtico, y se parecía más a esas señoras de la nobleza que se visten en plan regionalista por una buena causa en el Rastrillo navideño de Nuevo Futuro. Pero el mundo es de los atrevidos y hay que ponerse a tono, porque un voto bien vale un disfraz. En San Isidro electoral todos los que tienen aspiraciones de ganar, salvo Gallardón, se vistieron y empaparon de casticismo. El alcalde pensará que para meterse los votos en el bolsillo no hace falta ni safo ni parpusa, aunque de vez en cuando hacer un guiño al casticismo no sienta mal, incluso puede resultar simpático.