En un gesto tardío de compasión hacia
Mariano Rajoy, el senador por Cantabria
Luis Bárcenas, acusado de enriquecimiento ilícito y pendiente de juicio, ha decidido darse de baja en el Partido Popular renunciando, definitivamente, a su cargo de tesorero del partido. Digo que es gesto tardío de compasión hacia el líder de la oposición porque era un clamor -dentro y fuera del PP- que la situación procesal de Bárcenas salpicaba a su partido hasta niveles de corrosión. Al partido, en general, y a su presidente (Rajoy), en particular. Las pruebas acumuladas contra Bárcenas por la policía judicial, son abrumadoras. El sumario filtrado hace meses (con clara finalidad política), pero sumario, al fin, es ya de dominio público. Las peligrosas relaciones dinerarias de Bárcenas con
Francisco Correa y otros piratas de la "trama Gürtel" resultan escandalosas. Cubren de lodo los últimos tramos de su trayectoria profesional al cuidado de las finanzas de su partido.
En ese registro resultando más que chocante, por no decir que sospechoso, el encomio de Bárcenas -"Ha hecho una labor extraordinaria"- que lleva la firma de
Javier Arenas. Como inquietante han sido la tibieza y la tardanza de Mariano Rajoy en recordar al senador Bárcenas la puerta de la calle. ¿Por qué han tardado tanto en darse cuenta de que por mucho que prometan las encuestas (sube el PP, baja el PSOE), la corrupción, amén de delito, resulta incompatible con el decoro. Los políticos, oficio voluntario, están sometidos a un imperativo de excelencia moral. Ahora que Bárcenas se va a esperar lo que decida el Tribunal Supremo, ¿qué dirán quienes hasta hace unas horas aparentaban que el caso no concernía ni mellaba al PP? ¿Y, los periodistas que frente a toda lógica, defendían hasta hace unas horas que Bárcenas debía seguir en su sitio hasta conocer la sentencia? Qué país y qué tiempos estos en los que hay que señalar hasta lo que es evidente.
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