A fines del 2009, el Centro Nacional de Planeamiento Estratégico (CEPLAN) publicó un documento titulado “Lineamientos Estratégicos para el Desarrollo Nacional 2010-2021” que contiene las orientaciones y propuestas centrales del Plan Estratégico Nacional, que es una de las tareas principales del CEPLAN. En las líneas que siguen realizaremos unos comentarios a dicho documento.
Hay que empezar saludando el esfuerzo del CEPLAN en elaborar este documento, pues es algo absolutamente necesario para el país, al permitir ordenar el debate sobre los temas de futuro; sobre todo en esta coyuntura electoral en donde esperamos haya mucho más exposición de ideas que eslogans marqueteros.
La primera y principal objeción al documento es que no está aplicando correctamente la herramienta que le da el sentido al CEPLAN: el planeamiento estratégico. La diferencia fundamental de esta nueva disciplina con la planificación tradicional es la visión de futuro. Mientras que la planificación tradicional se basa en el diagnóstico de la situación, y analiza prioritariamente los problemas heredados o actuales, el planeamiento estratégico se basa en lo que queremos ser en el futuro.
Por ello, la actividad más importante del CEPLAN, y esto aparece en su ley de creación, deberían ser los estudios prospectivos, del Perú y del mundo. Por su contenido, el documento se ubica dentro de los cánones de la planificación tradicional pues empieza con el diagnóstico de la situación nacional, y sólo al final habla de la visión de futuro, la que aparece como algo secundario y subordinada. La inclusión de las megatendencias (también hacia el final del texto) apunta en la dirección correcta, pero, igualmente, no definen, ni marcan la pauta del documento.
La segunda objeción es que este documento no es producto de un proceso de consulta ordenado y con sustento técnico, del que se desprende la visión del futuro. Tal como está, el documento es producto de la actividad de un grupo de profesionales, que por muy calificados que sean, no pueden reemplazar a una opinión colectiva. Esta consulta ciertamente que no es fácil, pero es igualmente ineludible. El CEPLAN no ha tenido suficiente tiempo para ella, pero ha debido aprovechar (y partir de ellas) las cuatro experiencias que se han realizado en el país: (i) Visión de Futuro de IPAE en 1996 y 1998, (ii) Visión del Perú de Agenda Perú, 1998-2000, (iii) Visión de país de Peru2021, 1999-2002, y (iv) la Comisión de la Visión (formada por estas tres instituciones y PromPeru, 2001).
No queda claro como se ha realizado la selección de los temas prioritarios, ni de los ejes estratégicos, en el documento; por lo menos no se deduce que surjan necesariamente de las necesidades de desarrollo económico y social del país. Por los temas y las prioridades que están en los primeros lugares, parecería que esta selección obedece principalmente a criterios más bien subjetivos, políticos e ideológicos. Si bien son muy importantes los derechos humanos, los servicios sociales y el Estado descentralizado, que aparecen como las tres primeras prioridades (primeros tres ejes estratégicos), no son los que garantizan un desarrollo sostenible; son más bien resultados de este proceso y no sus causas. Estos tres ejes y objetivos, por si mismos, no se van a poder sustentarse, ni sustentar el desarrollo del país. Para que ello ocurra, se tiene que garantizar, primero, un crecimiento económico alto y sostenido, o lo que es lo mismo, un proceso permanente de creación de riqueza.
De manera que el crecimiento económico sostenido debería convertirse en la primera prioridad de un plan estratégico de desarrollo; esta es la condición necesaria (aunque no suficiente) para todo el resto de ejes y objetivos estratégicos. Este es el criterio de causalidad y de secuencia, que es parte del planeamiento estratégico. Tal como está formulado, el plan sigue la misma lógica y tiene las mismas prioridades que la Constitución Política del Perú o el Acuerdo Nacional, que son documentos muy importantes, pero ciertamente diferentes a un Plan Estratégico (con prioridades, secuencia de actividades, estrategia, recursos, objetivos, metas, responsabilidades, seguimiento y evaluación), y con objetivos, también, muy diferentes.
En el mismo sentido, no aparece una metodología clara para definir los objetivos nacionales; los que aparecen en el documento son los mismos que los ejes estratégicos, de manera que la crítica a la formulación de los ejes se aplica también a los objetivos. Por lo tanto, el documento falla en otra de las características claves del planeamiento estratégico: fijar prioridades. Poner por delante lo principal y dejar de lado lo secundario o no esencial.
En una de las versiones anteriores del documento aparecía un tratamiento más destacado a la innovación, la ciencia y la tecnología (CTI); en esta versión, ocupan un lugar secundario, lo cual es un error, considerando el papel fundamental de estas variables en el desarrollo futuro.
Finalmente, el documento desaprovecha una oportunidad para avanzar en un tema crucial, estratégico. Si bien menciona el desarrollo descentralizado como uno de los ejes y objetivos estratégicos, esto no es suficiente. Lo que tenemos como reto, no sólo el Perú, sino la humanidad entera, es pasar de la visión sectorial del mundo, a una visión territorial del mundo. Hace rato que está planteado el reto de superar la visión sectorial, compartimentalizada, cartesiana de la realidad, para pasar a una visión integrada, holística, que justamente tiene su base en lo territorial.
Desde la economía, autores como Porter, Piore y Sabel, vienen planteando que la verdadera fuente de la competitividad no está sólo en las estrategias empresariales, ni tampoco sólo en las políticas macroeconómicas, sino principalmente en las condiciones físicas, poblacionales, productivas, empresariales, institucionales, educativas, científicas, gubernamentales (entre otros), que existen en localidades y zonas específicas. Es decir, la competitividad de los vinos chilenos no tiene que ver solamente con el sector agrícola, ni con la apertura de la economía, sino principalmente con las condiciones climáticas y de suelo, los medios de comunicación, los puertos, la investigación científica, los profesionales calificados, las políticas públicas, el liderazgo empresarial, que existen en determinadas zonas del país vecino, que hacen que su vino se abra paso en los mercados mundiales.
Desde lo social, autores como Sen y Crocker, plantean que la pobreza y la exclusión no se van a resolver sólo con políticas sectoriales de salud o de educación, que ciertamente son necesarias, sino que se requiere una nueva visión filosófica integradora que ponga al ser humano en el centro, al ser humano concreto, en su habitat, en su entorno, resolviendo las condiciones de vida que le permitan a cada ser humano alcanzar su bienestar, el de su familia y su comunidad. Esto sólo se logra focalizando los programas sociales y de lucha contra la pobreza, en las zonas donde están los protagonistas, creando la condiciones para su propia liberación.
Estas consideraciones son claves para iniciar una profunda reforma del Estado (que también aparece en el documento aunque sin mencionar este aspecto), que permita pasar de una organización sectorial, basada en los sectores económicos (agricultura, industria, minería, etc.), a una organización del Estado territorial, basada en los gobiernos regionales y locales. El poder político debe irse trasladando del Consejo de Ministros a la Asamblea de Gobiernos Regionales, para que, luego de algunos años, el primero quede subordinado al segundo. Ciertamente se trata de un reto formidable, pero para eso es que fue creado el CEPLAN.