Los periódicos publican estos días encuestas sobre intención de voto y popularidad de nuestros políticos, sondeos que, en el caso, sin ir más lejos, de este miércoles, no se parecen en casi nada, o en muy poco, entre ellos. De manera que unos trabajos demoscópicos dicen que el PP asciende en flecha, distanciándose del PSOE, mientras otros aseveran que los socialistas han logrado detener su caída y se aproximan, hasta prácticamente empatar, a los ‘populares’. No es que yo quiera decir que unas encuestas estén mejor realizadas que otras (que, acaso, también); pero sí afirmo que se palpa el desconcierto de los españoles ante su clase política, y que esa veleta que es la opinión pública es capaz de girar ciento ochenta grados entre un lunes y un jueves, de manera que lo que anteayer estaba mal, hoy está bien, y viceversa.
La única constatación que permanece de manera estable es la desconfianza aparente de los españoles hacia los principales dirigentes políticos, que desde hace meses ya invariablemente ‘suspenden’ en la valoración de los encuestados. Antes,
Zapatero aprobaba por los pelos, pero la crisis, los desastres y los desmanes le pasan factura; ahora, se iguala en el suspenso con Rajoy, y ambos resultan superados por una figura emergente en lo personal, aunque no en lo partidario, que es
Rosa Díez. También surgen, cual puntas de iceberg, los rostros periféricos de
Duran i Lleida y de
Artur Mas, cuyo grado de conocimiento entre los españoles debería, en teoría, ser muy inferior al de los líderes nacionales.
Nunca creí que las encuestas deban ser factor fundamental a la hora de decidir u orientar una política; ya he dicho que la opinión pública (y tantas veces la publicada) o se enquista en torno a clichés o gira de manera loca, descontrolada y no pocas veces injustificada. Pero las encuestas, como las tertulias radiofónicas o televisivas, no son un mero divertimento y, si no deben sacralizarse, tampoco convendría despreciarlas. Sobre todo cuando, con machacona insistencia, sugieren que lo que de verdad crece es el desinterés de la ciudadanía por eso que se llama ‘cosa política’. ¿Por qué será?
fjauregui@diariocritico.com