Ya sé que en estos días que corren no está muy de moda romper una lanza a favor del Gobierno: le llueven críticas por todos lados por su actuación -seguramente cuestionable, pero me parece que no condenable- en el ‘caso Alakrana’. Le golpean encuestas del
‘Financial Times’ sobre lo mal que lo hace nuestra vicepresidenta económica -y puede que el ‘padre de todos los salmones’ tenga razón, pero el viejo
FT incurre en algunas contradicciones que hacen que no pueda, me parece, ser considerado precisamente las tablas de la ley-. Hasta mejoramos, pero al revés, en los índices de corrupción, elaborados por una ONG a la que en este país se len da más publicidad que a un informe del Banco de España, por poner un ejemplo.
Es muy propio de las cosas que ocurren en casa que, cuando hay que celebrar una buena noticia, y la liberación sanos y salvos de nuestros pescadores lo es, acudamos al
‘piove, porco governo’: todo lo ha hecho mal, aunque haya
salido bien. Cierto que la gestión del Ejecutivo ha sido algo errática, opaca a más no poder y puede que con fallos de comunicación enormes (¿cómo se hace la comunicación de lo que no conviene comunicar?); pero ha acabado en final feliz.
De acuerdo: los piratas han salido ricos de este envite -43.000 euros
‘per capita’ se les calcula: una fortuna a niveles somalíes-; veremos por cuánto tiempo. Me resiste a creer que los malhechores y sus mentores en bufetes británicos hayan ganado. Y, desde luego, la vida de treinta y seis personas vales dos millones y medio de euros. ¿Hay alguien que pueda negarlo?
He escuchado críticas sin freno porque
Fernández de la Vega se marchó a Argentina en mitad de la crisis del 'Alakrana', como si su presencia en Madrid hubiese acelerado la resolución del conflicto. He escuchado críticas porque no hubo intervención militar y también porque se pensase en emplear a nuestros soldados; porque se pagó y porque no se había pagado todavía. Porque se desatendió a unas familias que no se han manifestado desatendidas -y ellas deben saber mejor que nadie cómo han sido las cosas-. Reconozcámoslo: acaso hemos sido algunos -y estoy dispuesto a hacer mi autocrítica- algo incoherentes.
Todo sumado, yo creo que Fernández de la Vega,
Chacón y
Moratinos han cumplido básicamente, aunque con los errores de ritual, con su deber. Por cierto, ojalá se cumplan los deseos del ministro de Exteriores español de convertirse en ‘míster Europa diplomática’, aunque lo veo difícil, la verdad: más parece todo ello una de las ya famosas expectativas demasiado optimistas del presidente
Zapatero, que se muestra encantado, y hasta eufórico, con la resolución del conflicto, pese a los palos que recibe de la oposición y desde una mayoría de los medios. Ya puede estar contento: si algo hubiera salido mínimamente mal, todo el elenco gubernamental hubiese estallado en pedazos, y creo saber de qué hablo.
Lo importante, en todo caso, es sacar las consecuencias adecuadas. No hubiera estado mal un poco más de transparencia, hasta donde en estos casos se pueda, por parte de nuestras autoridades. Ni tampoco haber dado la sensación de una mayor cohesión gubernamental -una cosa es entonar el ‘pudo haber sido peor’ y otra no darse cuenta de que este Gobierno pide una remodelación a gritos, dejando donde están a los ‘pesos pesados’ y removiendo a algunos ligeros-.
E igualmente hubiera estado bien que, en lugar de exigir silencio a los medios, se les hubiese orientado acerca de por dónde iban las cosas. Algunas voces en la oposición -ha estado muy bien, en mi opinión,
Mariano Rajoy, como lo estuvieron
Núñez Feijóo y
Basagoiti- deberían haber sido, en su momento, más cautas. Y sobre ciertos jueces y algunos enfrentamientos patentes entre instituciones togadas ya hablaremos: eso sí que ha sembrado el desconcierto entre los españoles y ha abonado nuestro tradicional escepticismo sobre la Justicia de que disfrutamos.
Pero, en fin, bien está lo que bien acaba, repito. Es ahora, precisamente ahora, cuando tendremos ocasión de comprobar la estatura -o lo inane- de estadistas de quienes nos gobiernan. Zapatero y su elenco están ante una nueva prueba, una de las más difíciles de toda su trayectoria, porque no puede ser que una banda de piratas y una pandilla de bufetes elegantes, directos herederos de quienes hicieron sir al ladrón asesino
Francis Drake, pongan en solfa a un Estado democrático, a varios estados democráticos.